SOCIEDAD SIN RUMBO

 

¿A dónde vamos? Me pregunto. Por doquier aflora el odio, la insensatez y la maledicencia.  Priman espurios, más que legítimos, intereses partidistas que extienden sus tentáculos en diferentes ámbitos sociales. El proceder de algunos, mal llamados, líderes es incomprensible, turbio, oportunista, codicioso…

Percibo una persecución implacable, despiadada y cruel a quienes opinan de forma diferente. El objetivo de unos es destrozar el sistema democrático que tanto ha costado construir. Se demonizan las ideas dispares, se enmaraña y pone en tela de juicio la honestidad y el comportamiento de personas honradas. Otros, en cambio, tratan de encubrir sus propias carencias, sembrando la duda, el resquemor y la intolerancia. Acoso y derribo del rival, sin importar los medios utilizados para alcanzar determinados fines. Luego están los encubridores. Los que por acción u omisión callan y defienden lo indefendible con tal de seguir viviendo a costa del contribuyente. La verdad no resplandece, es la gran víctima de este desaguisado. Se ve enturbiada por agitadores que solo buscan destruir el estatus existente.

Vivimos en una sociedad disparatada en la que faltan los principios y sobran los intereses. Una sociedad en la que se tergiversan los valores, se esquiva la veracidad y se favorece el bulo, la intriga y el chismorreo, es una sociedad podrida y sin futuro.

No me gusta lo que veo. ¿Hay algo que reluzca en esta noche sombría? Detesto a quienes con sus ofensas y hueca palabrería aventan la ignominia, el sin sentido, el insulto y el desprecio. Es mísero y cobarde poner en entredicho la honorabilidad de personas intachables y honradas. No todo vale. Urge poner fin a tanto despropósito. ¿De qué sirve respetar a las ideas si no se respeta a la persona?

Demasiados intereses: políticos, económicos, ideológicos, religiosos, … Mucha egolatría y falta de humanidad y humildad. Oscuro porvenir el de una sociedad que se auto destruye.

Urge una renovación, un resurgir de valores y principios, que parecen adormecidos. Es necesaria una reflexión seria sobre nuestro presente y apostar por un futuro más justo, ecuánime, desinteresado y tolerante.

Por suerte, todavía quedan personas comprometidas, gentes honorables, intachables, integras y cabales. Personas valerosas, trabajadoras, coherentes, respetuosas y cercanas que constituyen un ejemplo a seguir. El germen de la nueva sociedad. Sólo hay que escuchar su voz y seguir su ejemplo.

 

Juan Evangelista Molero – Mayo 2017



CAVILACIONES

 

1.

Sublime recuerdo

Del primer amor temprano,

Fugaz y efímero.

Semblanzas de un lejano pasado.

Efluvios de cálidas brisas

Que el tiempo adormece.

Recuerdos que a nadie conciernen.

El pasado no importa ya.

El futuro…, tan breve como el olvido.

2.

Apura el trago

del ardiente licor

que abrasa tus entrañas.

Asómate, mira.

Contempla el sutil vuelo

del ave fénix que renace

tras una odisea de sombras.

3.

Hondo pesar.

Torbellino de dudas.

Carrusel de lágrimas.

Manantial de esperanza.

Alma atormentada

Por insufribles recuerdos

Que el tiempo no acalla.

No hay piedad para el olvido.

Ni tregua para el canalla

que violó con sutil maña

el secreto inconfesado

del alma cándida y pura

de su amor primero.

                                   J. E. Molero - 2016



SAN SEBASTIÁN

 

Sebastián es un santo venerado tanto por la iglesia católica como por la iglesia ortodoxa. Muchos pueblos y ciudades de nuestra geografía llevan su nombre: San Sebastián (Donostia), San Sebastián de los Reyes, San Sebastián de la Gomera,... Es el patrón de innumerables poblaciones que lo honran y procesionan su figura cada veinte de enero. Es uno de los santos católicos más reproducidos por la iconografía religiosa, Artistas como Boticelli, el Greco o Rafael se hicieron eco de su figura y lo representaron en sus obras maestras.

Nació en Narbona en el año 256 D.C., aunque se educó en Milán. De familia noble. Ingresó en la guardia pretoriana del emperador Dioclesiano, donde alcanzó el grado de centurión (capitán) de la primera cohorte. Fue educado en el cristianismo y como tal actuó durante toda su vida. En una época en que los cristianos sufrían persecución, cárcel y muerte por permanecer firmes en su fe, Sebastián se caracterizó por ayudar y prestar auxilio a los condenados. Su elevada posición en la corte le permitía visitar las cárceles y prestar auxilio espiritual y ayuda material a los allí encerrados por causa de sus creencias religiosas. Sus actividades no pasaron desapercibidas y en el año 288 D. C. Fue denunciado ante el emperador Maximiano, quien de inmediato lo condenó a morir asaeteado por arqueros mauritanos de la propia guardia imperial. Los soldados lo condujeron al estadio, lo ataron a un poste, y lo acribillaron a flechazos. Dándolo por muerto, dejaron su cuerpo para que fuese pasto de animales.

Una dama romana, Irene, esposa de San Cástulo, recogió su cuerpo. Al comprobar que aún permanecía con vida, lo llevó a su casa y lo ocultó hasta que sanó de sus heridas.

Lejos de amilanarse, Sebastián, dando muestras de gran valor, coherencia y fe, se presentó de nuevo ante el emperador, quien, encolerizado, ordenó que lo apaleasen allí mismo hasta causarle la muerte. Su cuerpo fue arrojado a la cloaca máxima. Recogido por unos cristianos fue enterrado en una catacumba de la Vía Apia.

Hasta bien entrado el S XIX, San Sebastián no tenía la consideración de patrón de Alfacar. Por su condición de militar, era objeto de culto por parte de los mozos que regresaban a casa licenciados del ejército, Hasta hace unas décadas los mayordomos encargados de organizar las fiestas en su honor y sacarlo en procesión por las calles del pueblo eran aquellos jóvenes que se habían licenciado de la mili el año anterior. En la actualidad, desaparecido el servicio militar obligatorio, y ante el creciente desarraigo religioso de un gran sector de la población, dicha responsabilidad recae en la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno.


MADRUGADA

Han bastado unas pocas horas para lograr el necesario reposo. El silencio de la noche es quebrado por briosos corceles enjaezados de atroces y esperpénticos ruidos de veloces motocicletas. El día va ganando el pulso a la noche. Se rompe el sosiego. Eco lejano de gallos que cantan en la madrugada. Trinar de pájaros que anuncian el alba. Sinfonía de pequeñas aves que, alborozadas, saludan la llegada del día.

Nunca he vivido así la madrugada. No hay prisa, ni agobio. Tranquilidad absoluta. No siento pereza. Un extraño vigor me impulsa a una actividad pausada, serena, apacible y sosegada. Descargado del abrumador peso de la actividad diaria, del trabajo cotidiano, inicio la jornada como el marino que contempla el horizonte infinito de una mar en calma.

Durante años, los amaneceres han sido tensos. No he sabido disfrutarlos. Prisas, agobios, miradas al reloj, impaciencia, nervios. Vuelta al trabajo, rutina, lucha, dedicación, entrega, incomprensión…

Ahora no quiero que las horas pasen en balde. No espero el paso del tiempo en vano. Deseo vivirlo con intensidad, sin impaciencia. Que cada segundo, cada minuto, cada hora sean como gotas de agua que calman la sed del alma sedienta.

Mi anhelo es vivir en paz con los demás y conmigo mismo. Ver el futuro con lucidez. Fuera sombras. Optimismo. Ahora la carga es liviana. No me abruma el peso de los días, ni el de los años. Lo que he vivido, ahí está. Lo que resta, el cómo, el dónde, el por qué y el para qué, lo decido yo.

Debo mucho a la vida, a mi familia, a mis amigos. He sabido elegir y doy gracias a Dios por todo lo logrado hasta ahora. El camino sigue, sin prisa, pero sin pausa. Otras inquietudes. Otros proyectos. Podrán verme cansado, pero jamás vencido. 


POR LOS BARRANCOS

Hoy he elegido una ruta poco habitual para mi paseo matutino. En lugar de subir a la sierra, he bajado a los Barrancos. He cruzado la Umbría del Chocolate, entre olivos centenarios, hasta pasar bajo el puente de la autovía. A mi izquierda, siguiendo el cauce del río, vislumbro el Puente de los Ochos Ojos, ya en el término municipal de Jun. Lo que en Alfacar llamamos los Barrancos es en realidad el Barranco de la Acequia de Fardes, según datos consultados en el IGN, asciendo lo más cerca posible del cauce y descubro las ruinas de un antiguo molino. Apenas un muro de grandes sillares de piedra de travertino, extraída de una de las canteras que se explotaron en la antigüedad en el término de Alfacar. He de conformarme con fotografiarlo a distancia, pues me resulta imposible cruzar el río. Sigo mi accidentada andadura hasta la desembocadura del río Atrás en el mencionado barranco. Sigo de nuevo por la Umbría del Chocolate, partida en dos por la A-92. Camino por la margen izquierda del citado Río Atrás. Otras ruinas llaman mi atención. Corresponden a otro molino de similares características al mencionado anteriormente. No en vano el camino que conduce hasta Los Barrancos desde Alfacar, en su último tramo, recibe el nombre de Cuesta de los Molinos. Paso junto a las antiguas jamileras y, casi en frente, al otro lado del río, otro nuevo molino. Pese a su ruina total, conserva su estructura, cosa que no ocurre en los anteriores. Es el molino de la Puente. Estuvo en activo hasta los años sesenta del pasado siglo. Fue uno de los últimos en dejar de funcionar. Todos ellos utilizaban como fuerza motriz la energía del agua. Cien por cien ecológicos. Sigo por la antigua vereda que conducía hasta la Umbría y doy con mis huesos en la mismísima entrada del tanatorio. Desde ahí el regreso se hace más fácil. Sólo tengo que cruzar el Parque del Puente de los Panaderos y de nuevo en casa. Paseo agradable y de nuevo con temperatura primaveral, pese al invernal día de ayer.


Amistades que son ciertas nadie las puede turbar.

(Miguel de Cervantes)

 

 

A Fernando y Encarnita:

Han pasado muchos años ya desde que nos conocemos. Apenas éramos unos adolescentes cuando comenzamos a compartir desvelos, ilusiones y esperanzas.

 

Muchas cosas han ocurrido desde entonces. Hemos superado dificultades, vencido miedos y disfrutado de momentos entrañables y felices. Las frustraciones, la pérdida de seres queridos y los avatares propios de cada día no han hecho más que fortalecer y afianzar la personalidad y las convicciones de cada uno.

 

Con esfuerzo, dedicación, amor y entereza hemos creado nuestras respectivas familias. Juntos han crecido nuestros hijos y juntos miran al mañana, con idénticas perspectivas a como lo hacíamos nosotros. Dentro de poco caminarán solos… Y nosotros seguiremos adelante, con nuevas y renovadas ilusiones, de frente y sin mirar atrás.

 

En todos estos años, nuestra amistad se ha ido acrecentando.  La discreción, el silencio, la palabra sincera y el respeto mutuo han alimentado y fortalecido estos lazos.

 

No ha pasado desapercibida para mi familia esta fecha tan señalada de vuestro vigésimo quinto aniversario de boda. Nos alegramos de tan feliz evento y os felicitamos sinceramente. Os deseamos que esa unión sea más duradera aún y que el amor que os llevó hasta el altar siga presente en vuestras vidas y en la de vuestros hijos.

 

Sabed que contáis con nosotros, con nuestra amistad. Pensamos que la única manera de poseer amigos es siéndolo. Decía Baltasar Gracián que “cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene”. Yo, al igual que mi mujer, me siento orgulloso de la vida que llevo. Ambos somos conscientes de que lo que somos lo debemos, en parte, a nuestros amigos, entre los que os encontráis.

 

Felicidades y que Dios os acompañe siempre.

 

  

Sal de la vida es la amistad.

(Juan Luís Vives)


BENDICIÓN DE LOS HIJOS

 

Hijos: vosotros sois el fruto de nuestro amor. La bendición que Dios ha dado a nuestro matrimonio. Desde el mismo instante en que fuisteis concebidos os hemos acompañado y procurado educaros de acuerdo con nuestra fe y convicciones.

 

Deseamos que Dios sea el guía y el sostén de vuestra vida, y que bajo su tutela y amparo alcancéis todas las metas y desafíos que la misma os depara.

 

Sabed que sois unas personas muy valiosas para nosotros, que os amamos tal y como sois. Confiamos en vuestras propias fuerzas. Vuestras decisiones serán las nuestras.

 

Amad la vida, a vosotros mismos y a quienes os rodean. Vivid cada día de vuestra existencia con dignidad y en plenitud. Sed valientes, justos, nobles y sencillos. Cultivad la sabiduría y rodearos siempre de buenos amigos.

 

Asumid los valores del trabajo, del esfuerzo y de la perseverancia. Nadie os va a regalar nada, al contrario, os acosarán con falsas promesas de bienestar. El consumismo, el afán desmesurado de poder y riqueza, el relativismo y la falta de fe corrompen la esencia de la persona y acaban destruyéndola. Sed fuertes y no dudéis nunca del poder y la eficacia de la oración sincera. Dios siempre ayuda a sus hijos.

 

Recibid nuestra bendición. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Alfacar a 29 de agosto de 2006 (En el 25º aniversario de boda)


OLVIDO

Un vendaval de emociones

abrasa impune tu corazón enamorado.

Ni el deshielo más infame y persistente

logra apagar la llamarada sublime

del amor que late en tus entrañas.

Tus sueños hechos realidades,

aumentan, avivan el fuego,

que sólo apagará el ruin olvido

al que el tiempo nos tiene condenados.

 

Juan Evangelista Molero

 

 

VIVE EL AMOR

Afianza tus pasos

en el barrizal tenebroso

por el que caminas sin rumbo.

Despierta de ese sueño,

que puntual se repite y

que cada noche agita tu almohada

con espasmos de horror incontrolado.

Cambia el rumbo de tu vida.

Deshazte de esa carga

que atormenta tu alma.

Busca la paz y el sosiego

Que el amor ofrece

a quien con ahínco lo busca.

No desafíes al destino,

ni destruyas tu cuerpo

entregado a efímeros placeres

que merman tu existencia.

Sólo la entrega desinteresada,

el compartir vida y hacienda,

el fundir dos corazones en uno

y el mantener viva la esperanza,

hacen que la vida cobre sentido,

desaparezcan tus miedos

y tu despertar sea plácido.

 

Juan Evangelista Molero 

 

 

A UN ENVIDIOSO

Mala compañera es la envidia

para quien con desdén trata

los triunfos del otro y

minimiza los propios fracasos.

Tente en tus ansias.

Haz del trabajo,

constante y honrado,

la fuente de tus ganancias.


ENTRE LUCES Y SOMBRAS. A MODO DE DESPEDIDA.

 

De todo hubo en mi vida:

Días de vino y rosas,

de desbocadas ilusiones.

Noches de insomnio incontrolado.

Borrascas, tormentas y tempestades.

Días de apacible calma,

de fulgor incontenido.

Miedo, inseguridad, desasosiego…

Juntos han templado,

a sangre y fuego, mi

tosca personalidad,

en principio acomplejada.

Días de intenso trabajo,

de incomprendida dedicación

y sobrehumano esfuerzo.

Afán de superación,

temor al fracaso y

a no dar de mí

lo que otros esperaban.

Mi mayor logro:

Superar barreras que

insalvables creía.

Razón de mi orgullo

diáfano y sereno.

Puedo afirmar ahora

que el esfuerzo no fue vano.

Quise sembrar paz

donde existían discordias.

He vivido vergüenzas,

más ajenas que propias,

por defender principios

que inefables creía.

He sufrido en mis carnes

el desprecio ajeno,

la envidia y el rencor

de quien no supo entender

la razón de mi existencia y

de mi desinteresada entrega.

De iluso me han tratado,

de insípido, conformista

y de poca iniciativa,

sin profundizar en los motivos

de tan aparente conducta.

Desprecio, sorna y desdén he padecido

por mantener la fe y confianza

en unos principios, para unos, trasnochados,

retrógrados y rancios.

Orgulloso me siento de mi fe,

cristiana por más señas,

de mi militancia y convicciones,

para otros fachas,

porque hablan de unidad, trabajo,

respeto y pacífica tolerancia.

He sufrido el desengaño.

Personas de confianza,

que han traicionado sus principios

en pos del poder, la grandeza y la gloria.

Pobre nací. Pobre he vivido. Pobre moriré

con la honradez por mortaja

y la familia por fortaleza.

Me enseñaron que el trabajo,

el esfuerzo y la entrega

sirven para alcanzar

las más altas metas.

Si de algo me arrepiento,

en esta hora postrera,

es no haber hecho todo el bien

que las circunstancias demandaban.

Fidelidad mal entendida,

devoción descaminada,

hacia personas e instituciones

que sembraron en mi ser

el más cruel desengaño.

Protagonismo, avaricia, afán de poder,

manipulación y soberbia,

mentiras, promesas incumplidas

y otros desatinos,

más que resquemor y odio,

lástima me han producido.

Nada anhelo ya,

sino vivir con complacencia

en compañía de quien amo.

Esposa, hijos, nietos, amigos y demás familia.

No temo a la soledad, sólo al olvido.

Miro atrás sin resquemor.

Contemplo un futuro de esperanza

y de serena y feliz senectud,

pero siempre despreciaré

a los que siembran discordia,

a los vendedores de humo,

que quieren romper en días

lo que durante décadas hemos forjado

a base de sudor, esfuerzo,

perdón, tolerancia y entendimiento.

Deseo vivir en paz

los días que me quedan.

Cuando llegue el postrer día

de mi partida sin retorno,

no me digáis adiós,

no lloréis mi ausencia.

Simplemente, recordad

que se marchó un hombre

cuya meta fue alcanzar

lo inalcanzable.

Utópico y soñador,

idealista y contradictorio,

que libremente eligió su camino.

Jugó, perdió, ganó…

Vivió intensamente.

Mereció la pena.

 

Juan Evangelista Molero Hita


A propósito de san Valentín


Una idea muy extendida en nuestra sociedad es que la festividad de San Valentín tiene unos orígenes exclusivamente comerciales y económicos. En 1840 Esther A. Howland comenzó a vender las primeras felicitaciones para el día de los enamorados. Con el paso de los años se han ido añadiendo a estas primitivas felicitaciones regalos como bombones, rosas, cenas, … hasta conseguir el auge de que gozan en la actualidad.
Nada más alejado de la realidad. Esta tradición hunde sus raíces en el mito griego de Eros, hijo de Afrodita que en la mitología romana se transformó en Cupido, hijo de Venus y dios del amor. En la antigua Roma se relacionaba a Cupido con el mundo del amor, las relaciones pasionales y carnales.
El 15 de febrero los romanos celebraban la Lupercalia, en honor del dios Lupercus, guardián de los rebaños y dios de la fertilidad, que durante todo ese mes permitía una libertad sexual en la que los jóvenes romanos se encomendaban a Cupido, el dios del amor apasionado, dedicada exclusivamente a los placeres de la vida y de la carne. Cupido acabó identificándose con la Lupercalia.
En el año 325 d.C. la Iglesia Católica celebró el primer Concilio Ecuménico. Uno de los temas que se abordaron fue la cristianización de las fiestas paganas que todavía perduraban en la Roma Imperial. Para ocultar el significado de estas celebraciones la Iglesia Católica las sustituyó con la celebración de San Valentín. Se pretendía cambiar una festividad pagana por otra de carácter cristiano, donde el amor pasional y carnal fuese reemplazado por el amor de los enamorados, que involucra la unión de dos almas, que se necesitan mutuamente y se complementan.
En el siglo anterior el emperador Claudio II prohibió los enlaces matrimoniales en toda Roma, al considerar que éstos mermaban la capacidad guerrera y la acometividad de sus soldados, perjudicial para el ejército. Los guerreros serían más fieros y agresivos en los combates si permanecían solteros. Valentín era un sacerdote que desoyó esta orden y llevó a cabo numerosos enlaces matrimoniales, pese a la prohibición imperial. Se hizo famoso en toda Roma y el emperador acabó encarcelándolo y ordenando su ejecución el 14 de febrero del año 270 d. C. Por iniciativa de la Iglesia Católica la Lupercalia se transformó en San Valentín, con unos valores más acordes con el cristianismo. El amor se concibe como una entrega desinteresada y recíproca, a imagen del amor de Dios, que tiene su expresión más humana en el amor de Cristo.
Cuando la relación de pareja es firme, se asienta en la entrega mutua y sus miembros están realmente enamorados no deja de ser anecdótico, es un día más. No hay que llegar al 14 de febrero para hacerle ver a tu pareja que la amas, ni que se sienta especial. Cultivar el amor es una tarea cotidiana, que se nutre con las pequeñas cosas, con el detalle diario. Debería ser habitual y no dejarlo para una vez al año. Sin embargo, dedicar un día para dar un realce exclusivo a ese sentimiento tan profundo, vivirlo de forma diferente y brindar una atención peculiar a tu pareja es altamente positivo. San Valentín nos ofrece la oportunidad de enmendar algunos yerros y, al menos, hacer propósitos de mejora en las relaciones de pareja, tan deterioradas por la rutina.
¡Feliz día de los enamorados!


TARDE DE OTOÑO:  Castañas, palomitas, gaseosa y… jamón.

 

Nadie niega los encantos del otoño, ni sus inconvenientes. Anochece demasiado pronto, casi a la hora de la merienda.  Hasta que llega la hora de la cena, se corre el riesgo de que las horas parezcan interminables.

Ahora mismo, en la chimenea, chisporrotean alegremente unos troncos de encina. Bajo la mesa camilla, el brasero, alimentado con ascuas procedentes de los ardientes leños, contribuye a crear una agradable sensación de bienestar. Sobre la mesa, una fuente llena de palomitas de maíz (rosetas las llamamos aquí), un plato con castañas asadas, otro con finas lonchas de jamón serrano y unos vasos con coca cola, aunque mejor hubieran sido de un buen vino mosto o de cerveza, ausentes por motivos de salud. A la televisión apenas le hacemos caso. Como una especie de música de fondo llegan los ecos de una película que nadie ve. Sólo este elemento nos recuerda el siglo en que vivimos.

Fuera, la tarde es fría, desapacible, oscura y lluviosa. Es domingo. Nadie habla de política, ni de fútbol. Estamos saturados, hartos de noticias y comentarios contrapuestos sobre Cuba, Fidel Castro, Rita Barberá… y otros. Tarde estrictamente familiar. La paz del hogar solamente se ve perturbada por las ausencias, por la añoranza y el deseo de compartir con los que se encuentran lejos y con la esperanza e ilusión de un próximo reencuentro.

Rememoro los lejanos días de mi infancia y las pavas que encendía mi abuelo en esta época del año. Nunca faltaba la presencia y el bullicio de algún nieto que alegraba aquellas veladas. Con su pelliza sobre los hombros, sentado junto a la chimenea, con el atizador o con el soplador en la mano, cuidaba con mimo y esmero a la cada vez más disminuida y menguada pava. Aclaro que la misma se formaba en el hogar de la chimenea con paja bien apretada, compactada y humedecida. Se le prendía fuego y poco a poco se iba requemando. Tardaba horas en agotarse el ligero combustible. La leña se reservaba para ocasiones más especiales. El tronco más hermoso lo guardaba el abuelo para el día de Nochebuena. Le llamaba el nochebueno. En estas tardes nunca faltaban unas bellotas, unas castañas o unos garbanzos que se asaban lentamente al calor de la pava. La abuela solía sentarse también y nos deleitaba con algún relato, adivinanza,, cuento o historia. El calor humano, la cercanía, el cariño y los cuatro garbanzos eran más que suficientes para el goce y el disfrute. Se necesitaba tan poco…

En los hogares actuales sobra de todo y falta lo esencial, en muchos casos. Televisión, ordenadores, portátiles, tabletas, móviles, equipos musicales, videojuegos, y… algunos libros y revistas. Sobra la información, pero falta el boca a boca, el diálogo, la transmisión oral, el cuéntame abuela: ¿Cómo fue? ¿Cómo ocurrió? Siempre obteníamos una respuesta amena, fiable y creíble.

Lamentablemente, hoy quedan pocas personas que en familia sepan narrar, tal y como lo hacía ella, cuentos, historietas, y todo tipo de relatos. Y, por supuesto, hay pocos jóvenes que sepan escuchar. Siempre andan con prisa.

A lo largo de generaciones, el relato oral ha sido, casi exclusivamente, la única forma de transmitir conocimientos, tradiciones y elementos culturales. Hoy resulta más fácil y cómodo sentarse en torno a la caja tonta -léase televisión- y tragarse los nauseabundos programas que emiten por ella. Es corriente asistir a reuniones donde todos sus componentes no conceden ni un minuto de descanso al sufrido móvil.

Hay tradiciones que deberían recuperarse. Dar de lado a esas nuevas modas importadas, de origen incierto, ajenas a nuestra cultura, y que conllevan claros intereses económicos y comerciales.

Yo implantaría el día mundial sin televisión, sin ordenadores y sin móvil, con lectura obligatoria de, al menos un capítulo, de cualquier obra maestra de la literatura universal. El Quijote, por ejemplo.

Bromas aparte. Es necesario racionalizar ciertos usos y fomentar otros, sin menosprecio de los del pasado. Vienen a mi memoria aquellos versos de D. Luis de Góngora que dicen: “Ande yo caliente y ríase la gente”. Invito a su lectura.

 

Juan Evangelista Molero Hita


NIÑO, VETE A JUGAR AL CEMENTERIO

 

 

Este ruego lo escuché docenas de veces durante mi infancia. La primera vez quedé un tanto desconcertado, ya que nuestro lugar habitual de juegos era la Plaza de la Iglesia. Pregunté a mi abuela Frasquita por qué me mandaba allí. No me hacía mucha gracia eso de irme a jugar al cementerio. Con su habitual paciencia y maestría me explicó que antiguamente el cementerio estaba ubicado en los aledaños de la iglesia, e incluso se sepultaba a gente en su interior. Por motivos de salud pública, a mediados del S XIX se decidió que los cementerios se trasladasen a lugares situados en las afueras de las poblaciones.

En la plaza de la Iglesia no había lápidas ni nada que indicase que aquello había sido un cementerio. Sólo algunas cruces de piedra, sobre los pretiles que rodeaban la plaza daban testimonio de que el lugar había tenido otros usos diferentes a los habituales. La presencia de cruces en las plazas y calles del pueblo era muy habitual. Todavía hoy perduran algunas en las plazas del Prado, de San Marcos y en la Ermita de San Sebastián. Son los restos de un antiguo viacrucis que recorría varias calles y plazas del pueblo y que concluía, según tengo entendido, en la Ermita dedicada al ahora patrón del pueblo de Alfacar, San Sebastián. La última de ellas quedó aislada, arrinconada y olvidada al lado del puente que cruza sobre la autovía A-92. Todas ellas eran similares y respondían a un mismo modelo. Construidas de piedra extraída de las canteras existentes en aquella época.

El antiguo cementerio acogió durante casi cuatro siglos los restos mortales de los difuntos del Alfacar cristiano. La actual iglesia fue construida a principios del S XVI. Ignoro dónde estaba situado el cementerio del Alfacar musulmán. Posiblemente muy cerca del casco urbano actual, en su parte NO.

Era costumbre dar sepultura a algunas personas en el interior de las iglesias. Los altares situados en los laterales de la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción fueron erigidos y costeados por familias adineradas y pudientes para que acogiesen sus restos mortales. Aún puede leerse sus nombres.

Recuerdo, siendo aún muy niño, cuando se construyó el mercado que estuvo ubicado en la actual Plaza del Prado. Al excavar zanjas, bien para la conducción del agua potable o para el alcantarillado, siempre aparecían restos humanos. Estos eran recogidos y depositados en la huesera del actual cementerio. Incluso en obras más recientes realizadas en el interior de la iglesia, como en la remodelación de la plaza, siempre han aparecido restos, cuyo destino ha sido el mismo: el osario.

En la Plaza de la iglesia han jugado numerosas generaciones de niños y niñas. Era, y sigue siendo, lugar de encuentro, de reunión… Allí se han celebrado, y se siguen celebrando, fiestas, verbenas, y todo tipo de eventos culturales y recreativos. En mi época escolar servía de patio de recreo. Fue testigo de innumerables juegos: el trompo, la rayuela, la lima, las canicas, guardias y ladrones, manecica la quieta, borrego, mano en alto, reyes, chichirivoy, correcalles, el pañuelo, el valiente, fútbol… Juegos olvidados en su mayor parte, por desgracia, pero que desarrollaban de forma excelente capacidades físicas y habilidades motoras. Lamento no acordarme de todos.

En la actualidad, son pocas las personas que pisan la plaza y son conscientes de lo que se encuentra en su subsuelo. Allí reposan nuestros ancestros, nuestros antepasados, nuestros tatarabuelos… Y, sin embargo, ni una placa, ni una lápida, ni un signo que nos lo recuerde. Nadie ha removido conscientemente ni un gramo de tierra. Lo vemos tan natural… Mi propio hijo se extrañó cuando le referí que la Plaza de la Iglesia es el antiguo cementerio.

Hace unos años, el Ayuntamiento de Alfacar quiso construir un polideportivo en los Llanos de Corbera, frente al Cortijo de Pepino. Fueron muchas las voces que se levantaron en su contra. Algunos llegaron a insinuar que aquello constituía una falta de respeto, una ofensa, para las víctimas de la Guerra Civil asesinadas y enterradas en los alrededores. La propia Isabel García Lorca afirmó que aquella zona era un cementerio. Se desestimó el proyecto y la propia Junta de Andalucía favoreció y financió la construcción del actual centro de salud, del teatro municipal en los Albercones y del polideportivo en la Era del Cura.

Recientemente, con gran repercusión mediática, y con financiación pública, se han removido en balde toneladas y toneladas de tierra en los Llanos de Corbera, justo donde se quiso construir el citado polideportivo, para intentar localizar, por tercera vez ya, la tumba de Federico García Lorca y sus infortunados acompañantes.  A unos doscientos metros de allí se encuentran los tristemente famosos Pozos de Víznar, donde yacen centenares de víctimas fusiladas por el bando nacionalista en la pasada Guerra Civil.

Con el debido respeto para todos los difuntos, sean cuales sean las circunstancias de su muerte. Tan humanos han sido unos como otros, tan dolorosa ha sido su partida y tan grande el vacío que han dejado en sus allegados. El polvo vuelve al polvo, lo que perdura es el recuerdo.

Incongruencias y paradojas de la vida…

 

 

POR EL CAMINO DEL ARZOBISPO. (Itinerario de ida y vuelta y una semblanza)

 

 

Comienzo mi recorrido desde la mismísima Fuente Grande, en Alfacar. Aynadamar o Fuente de las lágrimas, que da su nombre a la acequia que desde antes del S XI, conduce sus frescas y cristalinas aguas hasta la vecina localidad de Víznar y el barrio granadino del Fargue. En otros tiempos sus aguas surtían los aljibes y fuentes del Albayzín, la Alhambra y otros barrios de la Granada musulmana y cristiana.

Pasada Fuente Grande, a su izquierda, está situado el Parque Federico García Lorca, construido en la década de los ochenta por la Excelentísima Diputación Provincial para recordar y honrar al gran poeta universal que vio la luz en Fuente Vaqueros y encontró la muerte en estos parajes, como tantos otros, fruto del odio, del enfrentamiento, la injusticia, la insensatez y la sinrazón de la Guerra Civil. Un homenaje para los que dieron su vida en defensa de sus ideales.

Unos metros más adelante, a la derecha, queda la urbanización del Caracolar. El camino atraviesa los llanos de Corbera, a cuya derecha queda enclavado el cortijo del mismo nombre, popularmente conocido como Cortijo de Pepino, por ser éste el mote con que en el pueblo se conoce a sus propietarios. Más adelante atraviesa el Barranco de Víznar, dejando a su izquierda los tristemente conocidos Pozos (Parque del Barranco de Víznar), donde reposan los restos de centenares de víctimas de la represión en el bando nacional en la Guerra Civil del 36.

El camino sigue hacia Víznar dejando a su derecha numerosas huertas y fincas de recreo. Más adelante, aún se vislumbran las ruinas del molino de Las Paseras, movido en su origen por el agua de la acequia de Aynadamar y conocido desde antes de la Guerra como La Colonia. Allí pasaban parte del verano hijos de familias adineradas. Al comienzo de la Guerra Civil se convirtió en una auténtica antesala de la muerte. Allí pasaban sus últimas horas de vida las víctimas antes de ser fusiladas en la madrugada.

A la entrada del pueblo, el camino enlaza con la calle que va a desembocar en la Plaza de la Iglesia, donde se encuentra enclavado el Palacio Arzobispal mandado construir por el arzobispo Moscoso y Peralta.

El trazado del camino y su historia van ligados a los de la Acequia de Aynadamar.

Gracias a Belén Puertas, a través de su blog, me he enterado del nombre de los diferentes puentes que cruzan dicha acequia: Puente del Caracolar, de Corbera, de los Arrieros y de los Pozos. La acequia atraviesa el Barranco de Víznar a través del acueducto de Hatara. Más adelante encontramos el puente de Las Huertas. Desde las Paseras la acequia sigue su camino hasta el Molino Alto, donde estaba ubicada la antigua fábrica de tejidos. Sigue su curso por la Venta, el Molino Nuevo, el desaparecido molino de la Ferrera y el Molino Bajo… para seguir hasta el Fargue.

El nombre de camino del Arzobispo se lo debe, sin duda, a la figura de Don Juan Manuel Moscoso y Peralta, que fue arzobispo de Granada desde 1789 hasta 1811. Se le conoce como el Arzobispo Criollo, pues fue obispo del Cuzco (Perú), de donde procedía. Hombre de extraordinaria riqueza, debido a su patrimonio familiar, destacó como promotor artístico e impulsor de grandes obras tanto religiosas como civiles. Transformó la antigua casa de recreo episcopal, situada junto a la iglesia parroquial, en un palacio neoclásico.

Don Juan Manuel era descendiente de la más rancia y antigua nobleza española y americana. Su familia estaba emparentada con los condes de Trastámara y los marqueses de Santillana y Denia. Antepasado suyo fue el capitán Juan Santiago de Moscoso Sandoval y Rojas, segundo hijo del VI conde de Altamira, asesinado en Lima en 1665. Enriquecido con la explotación de las minas del Potosí, sus descendientes emparentaron con la nobleza criolla.

Vino al mundo Don Juan Manuel Moscoso en Arequipa el seis de enero de 1723. Hijo del Maestre de Campo Manuel José Moscoso Cegarra y de Antonia Peralta Arencibia, casados en 1716. Desde los diez años, en que quedó huérfano, recibió una esmerada educación en el Colegio Real de San Martín y en la Universidad de Lima. Estudió filosofía y cánones y alcanzó el grado de Alférez Real del Cuzco. En 1747 desposó con Nicolasa Rivero y Salazar, que falleció de parto. A los pocos meses murió también su hijo y heredero. Sumido en una gran depresión acabó abrazando el estado eclesiástico. Se graduó en teología y pasó al curato de Moquegua por orden del obispo de Arequipa, el granadino Jacinto Aguado Chacón.

Fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Lima Pedro Antonio Berroeta, que llegó a ocupar la sede arzobispal de Granada. Su carrera eclesiástica fue meteórica, con un ascenso imparable. En 1769 fue nombrado obispo auxiliar de Arequipa y al año siguiente era titular de la diócesis de Tricornia. En 1771 ostento el cargo de obispo de Tucumán en Córdoba (Argentina) hasta 1778 en que fue preconizado como Obispo de Cuzco.

La sublevación de Tupac – Amaru provocó una gran represión contra los rebeldes de manos de las autoridades españolas. José Gabriel Condorcanqui, llamado Tupac – Amaru II era descendiente por línea materna del último emperador inca, de quien tomó el nombre, ejecutado por los españoles en 1572. Fue el protagonista de la más importante rebelión anticolonialista del S XVIII en Hispanoamérica. En 1780 se sublevó contra las autoridades españolas del Perú a causa del descontento de la población indígena contra los abusos de los corregidores, los altos tributos que estaban obligados a pagar, el reparto de mercaderías y las prestaciones de trabajo obligatorias, llamadas mitas y obrajes, mal remuneradas y objeto de explotaciones y vejaciones.

Tupac - Amaru se proclamó restaurador y legítimo heredero de la dinastía inca. Intentó que la rebelión se extendiese por todo el Perú. Fingieron lealtad al rey Carlos III de España, aduciendo que el levantamiento era contra las autoridades locales. Apresaron y ejecutaron al corregidor Antonio Arriaga. Las autoridades de Cuzco enviaron una expedición militar formada por unos mil doscientos hombres que fue derrotada. La revuelta creció y se extendió por el Bajo y Alto Perú y parte del Virreinato del Río de la Plata, territorios de lo que hoy son Bolivia, Perú y Norte de Argentina.

En 1781 un ejército de diecisiete mil hombres enviado desde Lima por el virrey Agustín de Jáuregui derrotó a las fuerzas rebeldes en la batalla de Checacupe. Tupac – Amaru fue traicionado, apresado y, finalmente, ejecutado de forma cruel tras presenciar la muerte de su mujer, hijos y colaboradores más cercanos. Actualmente su figura es todo un símbolo de dignidad y rebeldía.

A Don Juan Manuel Moscoso Y Peralta, obispo del Cuzco, le tocó vivir de cerca estos hechos. Sus desavenencias con el corregidor fueron interpretadas como un intento de imponer la supremacía eclesiástica sobre el poder de la corona, representada por el virrey.  En el año 1783 el obispo Moscoso fue detenido y conducido a la ciudad de Lima donde permaneció arrestados por un periodo de dos años. Fue denunciado ante el rey Carlos III, lo que motivó su traslado a España en 1787. Aquí se reafirmó en su inocencia. Insistió en que fue la persistencia de la cultura incaica el principal desencadenante de la rebelión. Fue declarado inocente de los veinticuatro cargos por los que fue imputado.

Para salvar su reputación Carlos IV lo propuso como arzobispo de Granada el ocho de mayo de 1789. Su nombramiento fue confirmado por el Papa Pío VI en agosto de ese mismo año. Cinco años después se le concedió la Gran Cruz de Carlos III. Hizo su entrada solemne en la diócesis de Granada el veinticinco de noviembre y tomó posesión al día siguiente en la plaza de Bibarrambla en donde el cabildo municipal había dispuesto un tablado decorado con el escudo de armas del obispo.

Demostró la exquisitez de sus gustos artísticos. Incrementó su colección personal de obras de arte. Desarrolló e impulsó importantes proyectos arquitectónicos en la diócesis como la construcción de la Capilla de San Miguel en la Catedral y el Palacio Arzobispal de Víznar. Con motivo del Corpus de 1804 donó a la Catedral una valiosa custodia con pie de plata e incrustada de piedras preciosas. Dicha custodia fue vendida por el Cabildo Catedralicio unos años más tarde para afrontar los impuestos que debía de pagar al ejército francés tras la ocupación napoleónica.

Durante la Guerra de la Independencia la actuación del arzobispo Moscoso fue un tanto controvertida. Al principio formó parte de la Junta de Granada, opuesta al invasor. Cuando los franceses entraron en la ciudad emprendió la huida. A los pocos días fue apresado y se convirtió en colaboracionista. Participó en el recibimiento que la población granadina otorgó al rey José I Bonaparte quien lo nombró Caballero de la Gran Cruz de España. Algunos de sus familiares fueron arrestados y sus rentas secuestradas. Estos hechos mermaron su ya delicada salud y falleció el once de julio de 1811 a los ochenta y ocho años de edad. Era el obispo decano de España y las Indias. A sus funerales asistió el barón Jean François Leval, general del IV cuerpo del ejército imperial, quien había sustituido a Horace Sebastiani en el cargo.

El Palacio de Víznar fue llamado “Palacio del Cuzco” en alusión al lugar de procedencia del arzobispo, quien contribuyó con su pecunio a la reconstrucción y transformación del antiguo emplazamiento, junto a la Iglesia parroquial, que ya desde antiguo venía siendo utilizado como lugar de veraneo de los prelados granadinos. Las obras comenzaron en 1792 y duraron tres años. El Arzobispo Moscoso aportó gran parte de su colección artística particular para el decorado de las diferentes estancias. Fomentó la mejora de los accesos a Víznar para acceder al palacio, superando la difícil orografía del terreno que propiciaba continuos desprendimientos y desperfectos en la acequia de Aynadamar. Contribuyó a la mejora del control, vigilancia y arreglos de la misma.

Pasear por el Camino del Arzobispo, contemplar su acequia y recordar la figura de este personaje es un ejercicio que aúna lo físico con lo espiritual, artístico e histórico.

Cientos, miles de personas, lo surcan cada año en uno u otro sentido. Su trazado llano, benigno, pese a las innumerables curvas, sus espléndidas vistas, sus bellos atardeceres, la proximidad a la acequia de Aynadamar, con su peculiar arquitectura, su historia pasada y reciente, hacen que sea un lugar visitado y concurrido.

 

 

 


PERSONAJES DEL AYER

No todo el que muere permanece en el olvido. Hay personas que perduran en el tiempo, aunque su ausencia física se haya desdibujado con el paso de los años. Personas sin gran relevancia en tu vida, pero, que de una forma u otra han dejado su huella, su impronta, a veces anecdótica.

Recordar el pasado es recordar a tus seres queridos, a los que realmente marcaron tu vida: padres, abuelos, tíos, amigos y conocidos. Entre unos y otros modelaron nuestro ser, nuestra personalidad, nuestro carácter.

Hechos, lugares, fechas, dichos, ilusiones, desengaños… Todo influye, todo forja, todo crea. Nuestra vida es eso: un todo.

Al ir desgranando los diferentes hechos que te ha tocado vivir, al aventar los recuerdos, hay algunos que, sin saber por qué, se hacen recurrentes y están presentes en los momentos más insospechados. Entre éstos se cuelan algunos personajes cuyo único mérito es formar parte, como una pieza más, del inmenso puzle que es tu vida. Piezas de difícil encaje, pero piezas al fin y al cabo. Personas de las que, en muchos casos, ignoras sus nombres, sus apellidos, su historia, pero que, en un determinado momento determinado de tu existencia, sin saberlo, pulsaron la tecla adecuada y dejaron esa pequeña huella.

Algunos fueron conocidos por su extravagancia, por su forma peculiar de entender la vida, por sus circunstancias personales y sociales. Dramas, locuras, idioteces, borracheras, incomprensión, desprecio, burla, maldad, ignorancia, desarraigo, soledad… marcaron su triste existencia. Apodos tan denigrantes como el de el tonto del pueblo, el loco o el borracho. Bromas pesadas, risas, denigración, por parte de una sociedad cruel con los débiles y desamparados.

Vienen a mi recuerdo personas que, en su momento fueron populares en el pueblo. Víctimas, en la mayoría de los casos de la incomprensión, del abandono, de la injusticia social de la época. Habría que remontarse a treinta, cuarenta o cincuenta años atrás para recordar a Patitos, a Cabeza Gorda o a Hita. Así se les conocía. Tres vidas, tres circunstancias, tres personajes que responden a los estereotipos mencionados con anterioridad.

Francisco Sánchez Orantes, creo que se llamaba así, conocido como Paquito, Patito o Patitos, nació, creció, vivió y murió en la calle Molinos, en la que transcurrió mi infancia. Hijo de la Niña Rafaela. Huérfano de padre. Nacido en la inmediata posguerra, tuvo, como otros muchos, una infancia dura, difícil, donde la escasez, la falta de medios económicos y las circunstancias personales, familiares y sociales le obligaron a vivir prácticamente de la caridad. Su enfermedad mental, su retraso, no le impedía desenvolverse con cierta soltura, a su manera, y sobrevivir con su peculiar gracia, con su lenguaje entrecortado y particular forma de entender la vida.

Era un mandadero de primera. Hacía los encargos que le encomendaban a la perfección. Conocía a todo el pueblo y sabía quién vivía en cada casa. En general era querido y respetado, aunque no faltaba algún energúmeno que le faltase el respeto y se burlase de él. Sabía a qué puertas llamar para que nunca le faltase, si no un plato, al menos un buen canto de pan o media hogaza, acompañada de lo que encartase: tocino, carne, morcilla, embutidos… Buen apetito sí que tenía y a fe que lo saciaba con creces. Nunca rechazaba un bocadillo, fuese a la hora que fuese. Acompañaba su peculiar yantar con uno o dos vasos de vino. Cuando alguien le preguntaba:

-          ¿Cómo quieres el vaso de vino? ¿Blanco o tinto? Su respuesta, invariablemente era la misma:

-          ¡Grande! Se bebía el vaso al tirón, casi sin respirar. Si tenía confianza con quien lo invitaba, pedía que le echase otro.

-          Paquito, ¿Conoces a éste? Le preguntábamos a veces. Con palabras entrecortadas y atropelladas, daba pelos y señales del aludido. Hasta de su filiación materna o paterna. De mí decía siempre:

-          Este es el niño de la Mercedes, la peinaora, y vive en la calle Molinos, en la casa de Gregorio y Frasquita.

     Totalmente analfabeto siempre daba respuesta correcta a determinadas preguntas. Asistía a todos los entierros. En el cementerio contestaba siempre de forma acertada quién estaba enterrado en cada tumba. Prodigiosa memoria la suya.

     Su imagen corporal era desaliñada. Medio imberbe. Sólo de vez en cuando se entreveía en su rostro un bigotillo y una perilla de varios días sin afeitar. Los domingos y festivos su madre solía lavarlo, arreglarlo y ponerle ropa limpia.

      Estaba presente en todos los eventos populares, abría la marcha en las procesiones, ya fuesen patronales o de Semana Santa, en los pasacalles… Cuando la banda de música daba un concierto allí estaba Paquito, imitando los gestos del maestro, imaginaba qué él era el director repitiendo los movimientos que el otro realizaba con la batuta.

En general su vida fue apacible. Al faltarle su madre, que constituía su sostén y soporte, marchó a vivir con su hermano a otro pueblo. Regresó pocos años después enfermo y envejecido. Había perdido el vigor que demostró durante su juventud. Falleció con unos sesenta años. La banda de música, a la que tantas veces había acompañado, le realizó un particular homenaje el día de su entierro. Acompañó a su féretro camino de la iglesia interpretando una marcha fúnebre y alguna composición, de las que tanto le gustaban. Pocos alfacareños han disfrutado de este privilegio. Paquito se lo merecía. 


Las Majolicas. Un enclave prehistórico en Alfacar

En la actualidad, desde el punto de vista urbanístico, las Majolicas constituyen una próspera barriada de Alfacar. En los últimos años su desarrollo y crecimiento ha sido muy significativo. Hasta la primera mitad del S XX era una zona prácticamente despoblada. El Peñón de ñas Majolicas es todo un símbolo en la orografía del pueblo, hoy prácticamente desdibujado debido a las construcciones realizadas en sus alrededores.

Los que ya tenemos cierta edad, recordamos como aquella zona era la elegida en las fiestas del pueblo para realizar competiciones, de tiro al gallo primero, y de tiro al plato después. Éramos muchos niños los que lográbamos alcanzar su cima para, desde esta atalaya, presenciar el espectáculo, Son vagos recuerdos, que casi se han borrado con el transcurrir de los años, cosa que no deja de ser anecdótica.

 

La importancia de las Majolicas y de su entorno es primordial desde las perspectivas geológica y arqueológica. Su configuración, su situación y sus características hicieron posible que allí se asentara el primer núcleo de población de la zona durante la Edad de Piedra.

 

 Numerosos estudios realizados en las últimas décadas por prestigiosos investigadores y profesores universitarios han ido sacando a la luz la importancia y el papel jugado por estos parajes. Las Majolicas es uno de los numerosos e importantes yacimientos arqueológicos de la provincia de Granada. Un estudio realizado por Mª S. Domingo y Mª T. Alberdi muestra como ya en los años cincuenta del siglo pasado, Emiliano Aguirre encontró en las Majolicas restos de mamíferos correspondientes al Pleistoceno. Dicho periodo transcurre desde hace 1,2 millones de años, hasta hace unos 9.000 años antes de la época actual. Se identificaron cuatrocientos sesenta y nueve restos de cérvidos (Cervus elaphus), una especie de ciervo autóctono, de menor tamaño que el de otros que habitaban lo que actualmente es el Norte de España, en la Cordillera Cantábrica. Asimismo, lograron identificar restos fósiles de otros mamíferos correspondientes a alces, equinos (caballos), lagomorfos (orden de mamíferos parecidos a los roedores, pero con dos pares de incisivos superiores, como el conejo) y otros. Gerin identificó el llamado Rinoceronte de las Majolicas en 1980 (Dicerorhinus hemitoechus). Cedeño, en 1990 lo describe e identifica como Stephanorhinus hemitoechus. No es muy abundante el material de este periodo ya que muchos restos se encuentran incrustados en el travertino o por estar demasiado fragmentados.

 

Es en el Neolítico (entre 9.000 y 3.500 años antes de la época actual) cuando adquiere importancia, ya que entonces se produjeron los primeros asentamientos humanos en la zona. No se han encontrado restos humanos, ni de su actividad, correspondientes al Paleolítico. El hombre del Paleolítico era nómada. Vivía de la caza, la pesca y de los frutos que recolectaba. Es en el Neolítico cuando se produce la primera gran revolución cultural, tecnológica y social en la prehistoria. El Homo sapiens dejó de ser nómada.Aprendió a cultivar los campos y a domesticar animales. Es el comienzo de la agricultura y la ganadería. Se hace sedentario, aparecen los primeros poblados. El cambio climático producido tras la última glaciación (hace unos 10.000 años) propició que aquellas gentes fuesen abandonando paulatinamente las cuevas que hasta entonces les servían de vivienda. Dejan las laderas montañosas para establecerse en lugares llanos, como las vegas, esenciales para el desarrollo de la agricultura. Aparece un nuevo tipo de industria lítica. Aprenden a pulir la piedra y a fabricar herramientas y utensilios para diversos usos, como azadas de piedra y madera, armas como arcos, flechas, lanzas mazas, hachas... Otro hito importante de esta época es la invención de la cerámica. Descubren la forma de amasar y modelar, a partir de la arcilla, ollas y otros recipientes que les servirían para guardar semillas y productos de las cosechas. Para los enterramientos se construyen monumentos megalíticos, como los menhires (piedras verticales clavadas en el suelo) y los dólmenes (con piedras verticales clavadas en el suelo y otras horizontales colocadas encima). Elaboran símbolos y grabados con significado mágico y religioso. Aparece la división del trabajo. La caza y la recolección son sustituidas por otras actividades que requieren mayor especialización.

 

Los pobladores neolíticos en Andalucía Oriental reciben la denominación de Cultura de las Cuevas (Navarrete).

 

Los restos encontrados en este importante yacimiento se distribuyen en torno a una serie de mesetas escalonadas (Molina). En una brecha conocida como el Tajo de las Majolicas, formada por el desprendimiento del techo de una cueva es donde se han encontrado mayor número de restos de esta cultura neolítica. En 1964, M. Pellicer encontró en la superficie del Llano de las Canteras restos cerámicos e industria lítica (Herramientas y utensilios de sílex). Entre los años 1968 - 1970 F. Molina González, bajo la supervisión de A. Arribas Palau, realizó diversas prospecciones en la zona de las Majolicas. Extrajeron más de 700 restos cerámicos provenientes de la Cueva de las Majolicas y su entorno. Estos materiales datan de hace unos 6.000 a 3.000 años. La técnica predominante en esta cerámica es la incisión. Otros fragmentos presentan diferentes elementos decorativos y de fabricación (Cerámicas impresas, incisas y puntilleadas). En unas se denota una buena selección y preparación de la arcilla. En general es una cerámica de buena calidad y muy cuidada.

 

Son dos los enclaves arqueológicos de la zona. Uno formado por sepulturas megalíticas, que corresponde a la más tardía Edad del Cobre y el otro la cueva, propiamente dicha.

Queda demostrado que el vestigio humano más antiguo de la prehistoria alfacareña tuvo su ubicación en las Majolicas. Los hallazgos se extienden desde los Hornillos hasta el Morquil.

 

En la actualidad toda la zona está urbanizada y poblada. Incluso sobre algunas de las prospecciones se han edificado viviendas. El Tajo de las Majolicas está formado por travertino. Todo él es como un gran fósil que refleja el paisaje de hace medio millón de años. En él abundaban las pozas y cascadas por donde circulaba el agua proveniente del acuífero de la actual Sierra de la Alfaguara. El mismo que aún sigue alimentando a la Fuente Grande y a otras de las existentes en el municipio como las del Morquil o la Fuente Chica.

 

Algunos de los restos humanos encontrados en las Majolicas presentan incisiones craneales y algunos huesos presentan huellas y señales de haber sufrido descarnación. Se ignora si por canibalismo o por prácticas rituales funerarias. Esto es prehistoria.

 

El nombre actual de la localidad, Alfacar, proviene del árabe y significa “Alquería del Alfarero” La alfarería y la cerámica, de gran raigambre y tradición en la zona, tuvo su origen en el Neolítico. Fue, quizá, en el Barranco de las Majolicas, llamado también de Los Escurrizos, o en sus aledaños, donde nuestros más antiguos y primitivos ancestros aprendieron a amasar la arcilla, a darle forma y a fabricar diversos utensilios. No es mucho lo que nos ha llegado. Fragmentado y en pequeñas dosis, pero suficiente para poder afirmar, sin temor a equivocaciones, que allí está nuestra cuna, En ese añejo y desgarbado tajo comenzó a fraguarse nuestro presente. Se desarrolló una actividad, que con el paso de los siglos ha dado nombre a este pueblo: Alquería del Alfarero... Alfacar... Hace milenios que los primeros alfareros iniciaron su labor en ese rincón llamado Las Majolicas.

 

Debido a su importancia, el yacimiento de las Majolicas fue denominado Bien de Interés Cultural (BOE 29-6-1985 Nº 155).

 

 


LAS CANTERAS DE ALFACAR

En la actualidad las Canteras es un barrio de Alfacar, el más importante. Su nombre se debe a la existencia de unas canteras que fueron explotadas, principalmente durante el S XVI. En sus construcciones los árabes empleaban fundamentalmente el ladrillo, hecho con arcilla, pero no desdeñaban el uso de sillares de piedra.

A partir de la conquista de Granada por los Reyes Católicos se inició la construcción de edificaciones a base de rocas extraídas de canteras cercanas a la capital. En otros lugares de España, sus monumentos están construidos con granito, que también es conocido con el nombre de piedra berroqueña. Es una roca ígnea plutónica procedente de un magma que se ha enfriado lentamente en el interior de la corteza terrestre. Está compuesto por cuarzo, feldespato y mica.

En Andalucía oriental se han utilizado fundamentalmente rocas carbonadas, es decir, rocas sedimentarias de precipitación química. En las proximidades de Granada existían tres grandes canteras que suministraban el material pétreo necesario para la construcción de edificios. Por una parte estaba la cantera de la Escribana, en el cortijo de Santa Pudia, en el término municipal de Escúzar, que suministraba una roca llamada calcarenita. Por otra, las canteras de Sierra Elvira, todavía en uso, que suministran caliza. Y por último, existían las canteras de Alfacar, siendo la más importante de ellas la llamada Cantera del Rey, de la que se extraía una roca llamada travertino, también conocido como piedra toba.

El travertino es una roca de precipitación química que se originó en el cuaternario, haca más de dos millones y medio de años.Se formó cuando las aguas subterráneas saturadas de carbonato cálcico afloran a la superficie en forma de manantiales, fuentes o ríos. El dióxido de carbono se desgasifica y la calcita precipita sobre restos de plantas, musgos y tallos de cualquier otro vegetal. Cuando el vegetal muere y desaparece deja vacío el lugar que ocupaba, lo que le da su aspecto cavernoso. Es normal encontrar también en él fósiles de gasterópodos. Es, por tanto, un material de elevada porosidad, tosco pero resistente. Está formado por calcita (alrededor de un 84%), cuarzo (en torno al 14%), dolomita (menos de un 5%) y feldespatos (por debajo del 1%). Sus poros son de tamaño variado. Sus cavidades son irregulares. Esta roca presenta un buen comportamiento ante la acción del agua. Impide su ascenso por capilaridad. Si el sillar se moja, saca muy rápidamente. Estas propiedades fueron la causa de su prolífica utilización en la construcción.

El travertino de Alfacar lo encontramos en monumentos tan significativos e históricos de la ciudad de Granada como la Real Audiencia (Chancillería), mandada construir por Carlos V en mil quinientos veintiséis. Lo vemos también en los muros de la Catedral, del Hospital Real, iniciada su construcción en tiempos de los Reyes Católicos, Monasterio de San Jerónimo, Iglesia y Hospital de San Juan de Dios...

Esteban de Falconete, sacador de piedras de las canteras de Alfacar, recibió el trece de febrero de mil quinientos cincuenta y dos un pago de diecinueve mil quinientos cincuenta y seis maravedíes por la construcción de doscientas veintitrés varas de sillares destinados a las bóvedas y ventanas del palacio de Carlos V. (La vara es una antigua medida de longitud utilizada en España, equivalente a unos ochenta y tres centímetros. El maravedí es una moneda que se utilizó en España entre los siglos XII y XIX. En sus orígenes era acuñada en oro, luego en plata y finalmente en cobre. Cincuenta y cuatro maravedís formaban un real. Dieciséis reales de plata equivalían a un escudo de oro. Quinientos cuarenta y cuatro maravedíes formaban un escudo de oro). El cinco de diciembre del año siguiente, el citado Falconeti recibió un pago por valor de treinta y dos mil ciento veintidós maravedíes por ciento doce varas de piedra de toba para el cordón de la muralla de la Alcazaba y noventa y tres varas de sillares para el parapeto de la Torre del Agua.

Toda la Iglesia de la Asunción de Alfacar está construida con travertino de sus canteras. Los sillares que la forman son muy porosos y al observarlos con detalle pueden apreciarse algunos fósiles. En todas las construcciones antiguas del pueblo se encuentran sillares de este tipo. Los vemos en el Arco de Somera, en la cruz de la Plaza del Prado, en la de San Marcos, en las cruces de la Ermita de San Sebastián. Hay que recordar que el antiguo cementerio se encontraba en la actual Plaza de la Iglesia. Sus tapias, pretiles, cruces y tumbas, ahora sepultadas bajo el hormigón, estaban hechas con piedra toba.

Hace mucho que cesó esta actividad, pero es fácil suponer que el oficio de cantero estaría muy extendido entre los habitantes del pueblo. El acarreo y transporte de estas piedras, bien en carros, carretas, a lomos de mulos o burros debió ser una actividad importante durante estos siglos.

En la actualidad es fácil identificar donde se encontraba el corte de dichas canteras.

El barrio de las Canteras, hasta mediados del pasado siglo estaba formado por una serie de viviendas bastante diseminadas, aisladas y separadas del casco urbano. Actualmente es una de las zonas del pueblo con mayor crecimiento y desarrollo urbanístico. Todavía es fácil escuchar a algunas personas decir que van a bajar a Alfacar, o al contrario, que van a subir a las Canteras, como si fuesen entes diferentes y separados. Nada más alejado de la realidad. Fuente Grande, el Morquil, las Canteras, Fuente Chica, Los Tres Caminos,  las Eras, la Alcantarilla, “lo Hondo Lugar”... Señales inequívocas de un pueblo que crece y prospera, de unas gentes que han apostado por su desarrollo y que se sienten identificadas con aquellos lugares en que les tocó nacer y transcurrió una parte importante de su vida.

 

 


ALFACAR HASTA LA PRIMERA MITAD DEL S XIX

 

Los datos están extraídos del Diccionario Geográfico - Estadístico - Histórico de España y sus posesiones de ultramar (Volumen I, página 533), de Don Pascual Madoz. Año 1843.

 

 

 

Mucho han variado las circunstancias y características del pueblo en estos últimos 170 años. En la citada obra se hace una breve, somera, concisa, precisa y pormenorizada descripción del municipio, de su geografía, características, industria y costumbres de la época, que se remontan a siglos atrás, pero existen algunas que aún permanecen. Otras son un vago recuerdo. Todas ellas han configurado lo que somos, como pueblo y como comunidad.

  

CARACTERÍSTICAS GEOGRÁFICAS:

 

El término de Alfacar limita al E con la Sierra de Huétor Santillán, al SE con Víznar, al SO con Jun y al N con Nívar. Su orografía está formada por cerros que se extienden de E a O, con extensos olivares. Entre ellos existen pequeños valles. Sus tierras son arcillosas, calizas y gredosas. En la cúspide de la Sierra comienza la dehesa de la Algaguara, poblada de encinas, quejigos, pinos, espinos, arbustos y buenos pastos.

 

URBANISMO:

 

- EDIFICACIONES CIVILES:

 

. Doscientas noventa casas, de las que diez son de campo.

 

           . Diez calles, cuatro plazas y cinco plazuelas. (La mayoría de las calles estaban empedradas, con cantos rodados. Muchas de ellas han perdurado hasta los años sesenta y setenta del pasado siglo en que fueron asfaltadas). Menciona la Plazuela del Baño, donde en la casa del mismo nombre, aún existente, se bañaban los sacerdotes mahometanos, según la tradición.

 

. Ayuntamiento.

 

. Pósito.

 

. Cárcel.

 

. Dos escuelas de primera enseñanza, una masculina y otra femenina.

 

- EDIFICACIONES RELIGIOSAS:

 

. Una Iglesia Parroquial, la de la Asunción, atendida por un cura párroco, un teniente y un beneficiado.

 

. Dos ermitas. Una en el mismo pueblo, bajo la advocación de la Santísima Trinidad y otra en el camino de Granada, bajo la advocación de San Sebastián, patrono del pueblo.

 

. En el S XVIII se descubrió un pequeño Ecce-Homo, conocido como Nuestro Señor del Prado, bajo la cruz de piedra, que todavía perdura, pese a los deseos de algún edil reciente, en la plaza del mismo nombre. Dicha imagen, se encuentra en la actualidad en una pequeña hornacina a los pies de la imagen de la Inmaculada Concepción en el altar dedicado a su culto en la Iglesia de la Asunción.

 

- VIALES:

 

 El único camino de ruedas era el que conducía a Granada, en no muy buen estado. Los demás caminos agrícolas eran veredas, transitables solamente cuando el tiempo era seco 

  

MANANTIALES:

    Según el citado diccionario, “de dicha Sierra nace la Fuente grande, de exquisitas aguas que pasan por Víznar y la alquería del Fargue y provee de agua al Albayzín, Alcazaba y otros barrios de Granada y de riego a muchas tierras entre ellas los cármenes del pago de Aynadamar. A cien pasos al O se encuentra la fuente del Morquí, que da agua y riega a Jun. La Fuente Chica atraviesa sus calles, con dos puentes, Dicha fuente surte de agua a cinco pilares, mueve ocho molinos harineros y va a parar al arrollo de Allar, de poca agua pero cauce profundo y mueve otros nueve molinos.

 

    La propiedad del agua de esta fuente duraba desde la hora de la mañana en que puede leerse una carta hasta las cuatro de la tarde. Desde esa hora hasta otro día lo era de los molinos de Pulianas, Pulianillas, Jun y Maracena.

  

AGRICULTURA:

    La producción agraria era fundamentalmente de trigo, buen aceite, habas, lentejas, maíz, habichuelas, patatas, uvas, higos, priscos y melocotones, toda clase de legumbres y hortalizas.

 GANADERÍA:

    Para las labores del campo se contaba con cincuenta pares de mulas y algún ganado asnal. Se criaban, además, gallinas, cerdos, liebres, conejos, perdices y chochas. En la dehesa eran abundantes los lobos y las víboras.

 

INDUSTRIA:

    Existían tres canteras de piedra. La más importante era la del Rey, cuya piedra era más dura, y las otras dos de piedra más blanda. Cuatro yeseras producían un excelente yeso. El citado diccionario menciona la existencia de una mina de carbón piedra, entre el N  y el E. Por esa época ya estaba abandonada y hundida.

    La principal industria era, y sigue siendo, la panadería. La mayor parte de los vecinos eran panaderos, horneros, molineros y agricultores. Habla de la existencia de diecisiete molinos de harina, cinco de aceite y de doce hornos de pan. Éstos cocían diariamente trescientas fanegas de trigo, que surtían de pan a Granada. Con el precio de la venta compraban cada día el trigo que necesitaban en la alhóndiga de la capital. Cada uno tenía que efectuar luego su propia molienda en alguno de los molinos existentes. Muchos de ellos completaban sus ingresos con trabajos agrícolas. En el S XX, durante varias décadas, mi abuelo, que era maestro hornero (maeso), para alimentar a su extensa prole (doce hijos) cultivaba las fincas de su propiedad y otras en arriendo. En esas labores agrícolas participaban sus hijos mayores. Las hijas ayudaban a su madre en los trabajos caseros y en el cuidado de sus hermanos de menor edad.

  

PRESUPUESTO MUNICIPAL:

    Era de ocho a nueve mil reales. Los gastos se cubrían con el arrendamiento de pastos y varias casas de propiedad municipal. El déficit se conjugaba por repartimiento vecinal.

 

 ESTADO DE LAS VIVIENDAS:

    En esa época, hace más de ciento setenta años, la mayoría se conservaban en el mismo estado en que las dejaron los árabes.

 

CENSO:

    El total de familias censadas era de doscientas treinta y una familia. Mil cuarenta y nueve habitantes.

  

A MODO DE EPÍLOGO:

     En la actualidad han desaparecido todos los molinos harineros. El último dejó de funcionar hace menos de cuarenta años. Alguno se conserva semiderruído (como el de La Puente), otros (como el molino Guillén) son una ruina total. De la mayoría no queda vestigio alguno. Tan solo sigue funcionando un molino de aceite, totalmente modernizado, en régimen de cooperativa. Acoge la totalidad de la producción oleicola local y alguna procedente de otros municipios.

  

     En algunas viviendas se conservan muelas cilíndricas y cónicas procedentes de los antiguos molinos de trigo y de aceituna. Unas en plan decorativo, otras formando parte del pavimento de patios y terrazas. La práctica totalidad de los antiguos hornos morunos ha desaparecido. La industria panadera, totalmente vigente y en auge, ha sufrido las lógicas transformaciones técnicas y tecnológicas.

 

    Lo mismo cabe decir de la agricultura. Permanecen los olivares, pero salvo algunos pequeños cultivos familiares de hortalizas, viñedos y frutales, han dejado de cultivarse los cereales. 

  

    La actividad ganadera, salvo alguna excepción significativa, ha dejado de existir. Por las calles del pueblo ya no circulan mulos ni asnos. Tradiciones ancestrales como la matanza del cerdo, se ha reducido a la mínima expresión. De igual forma, la cría de gallinas y conejos ha desaparecido casi por completo. En sus fuentes no abrevan tampoco cabras y ovejas.

 

    Las canteras, las yeseras y los tejares (de los que no se habla en el Diccionario de D. Pascual Madoz) han dejado de existir.

 

    El censo supera en la actualidad los cinco mil habitantes. Quedan muy pocas edificaciones antiguas. Son los signos del progreso, del cambio de estilo de vida y de actividad de un pueblo orgulloso de su pasado, de su presente e ilusionado con su futuro.

 

 

 

Juan Evangelista Molero Hita

 


MIS MAESTROS DE LA INFANCIA

 

 

Pisé por primera vez una escuela, recién cumplidos los seis años. Allá por el mes de septiembre de mil novecientos sesenta y uno. Hasta entonces mi vida había transcurrido lúdica y apaciblemente. Vivíamos en la calle Molinos, en la misma casa que mis abuelos paternos. Una parte era habitada por ellos y la otra por mis padres, mis hermanos y yo. Siempre he pensado que fue una suerte tenerlos tan cerca. Vivero de sabiduría, experiencia, dedicación y bondad. La casa era grande y disponía de muchos espacios donde jugar y dar rienda suelta a mi imaginación. El patio, con su enorme higuera, la azotea, tan soleada y amplia. El horno moruno, donde ya no se amasaba, y te brindaba espacio para juegos entre tablas y artesones. La leñera, donde no faltaban los más diversos utensilios olvidados, refugio de gatos y testigo de más de una trastada cometida por mí. La cuadra donde nunca faltaron dos cabras, que había que ordeñar cada noche, conejos, gallinas... Pero el lugar por excelencia de mis juegos era la calle. Eramos niños callejeros, en el buen sentido. Ésta no ofrecía ninguno de los peligros que ofrece ahora. Bueno..., sí. Alguno había. Podías ser atropellado por algún mulo, como estuvo a punto de ocurrirme una vez, con el de Paco el Carlino, nuestro vecino, que tenía su cuadra justo en frente de la entrada de casa. Qué cantidad y variedad tan enorme de juegos se practicaban en aquella época. De algunos tengo vagos recuerdos, en otros participé con más asiduidad. Todavía no jugábamos al fútbol. La televisión no había llegado aún, pero estaba la radio. Una enorme Telekunken que había comprado mi padre. Son muchas las baladas y canciones de entonces, que, cuando las oigo, parecen transportarme a otra época. En las noches de verano los vecinos salían a tomar el fresco en la calle. Sacaban sillas y formaban corros donde se hablaba de todo. Buen clima de convivencia vecinal, con algún que otro chismorreo.

 

Con este bagaje, ingresé en la escuela de Don Joaquín, un veterano maestro. Bueno, afable, cordial, cercano. Con él inicié mi formación académica, aprendí  los rudimentos de la lectura, escritura y primeros números. Las clases eran amenas. Los más de treinta niños, con edades comprendidas entre los seis y ocho años, escuchábamos embelesados las historias y cuentos qué éste nos contaba.

 

El local que ocupaba la escuela era el antiguo ayuntamiento. Allí se ubicaban también la academia de música, cerrada por aquel entonces, el calabozo del pueblo y la escuela de Don José Medina, a la que asistían los mayores. La edificación era antigua, no contaba con ningún tipo de comodidad, ni aseos, ni servicios. En las frías mañanas de invierno nos calentábamos las manos bajo la mesa del maestro, en una pequeña y artesanal estufa eléctrica. Si tenías sed pedías permiso al maestro y salías a la calle a beber agua en la fuente de la plaza. Si se presentaban otras necesidades fisiológicas, el problema era mayor. O bien orinabas en la calle o te ibas a hacerlo en los Callejones Bajos. Si vivías cerca, como era mi caso, podías hacerlo en casa.

 

Un día de noviembre el maestro nos contó que habían asesinado a Kennedy, el presidente de los Estados Unidos. Muchos nos preguntamos quién era ese hombre y dónde estaban esos estados. Un compañero comentó que lo había visto en su casa por la televisión. ¿Y eso qué es?, preguntó otro. La inmensa mayoría no teníamos ni idea de lo que era eso de la televisión. Los más entendidos explicaron en qué consistía dicho invento, lo que generó un debate. La única conclusión que saqué es que era como una especie de cajón donde se veían cosas, como en el cine.

 

Don Joaquín era un gran aficionado a la carpintería. En su casa disponía de un banco de carpintero, con sus correspondientes herramientas. Entre otras cosas, fabricaba jaulas para conejos,a los que criaba, con la hierba que algunos niños recogían en el campo en sus ratos libres. También era un gran aficionado a la caza, de lo que supo sacar provecho para inventarse alguna que otra aventura, que luego nos contaba con teatral estilo. Nunca lo vi enfadado y sabía resolver los conflictos con facilidad, con buenas palabras y mano izquierda.

 

Pasados unos dos años, ingresé en la escuela de Don José Medina, que se encontraba enclavada en el mismo edificio, un par de habitaciones más abajo, en el antiguo ayuntamiento. Allí convivían y aprendían niños cuyas edades oscilaban entre los ocho y los quince o dieciséis años.

 

La tasa de abandono escolar y de analfabetismo era muy alta en aquella época. Muchos abandonaban la escuela en edad muy temprana para integrarse en la vida laboral como aprendices o peones. Unos, en los tejares de Jun, otros, los más afortunados, si puede llamarse así, ayudando en el repartido de pan. Los había que, a media mañana, salían de la escuela para llevarles el almuerzo a sus padres o hermanos mayores. E incluso había algún hijo de panadero que solo venía a la escuela por las tardes. Pocos, muy pocos, fueron los que con nueve años realizaron el examen de ingreso, para estudiar en el instituto o en una escuela de formación profesional de la capital.

 

Dadas las características del alumnado, su extracción social, los medios materiales de los que se disponía, la ratio elevada y la diversidad de niveles impartidos por cada maestro la labor educativa era encomiable, grandiosa. Esas generaciones de maestros que durante décadas realizaron su trabajo en zonas rurales merecen un monumento. A partir de los años sesenta se intensificó la construcción de nuevas escuelas y a sustituir aquellos vetustos e inadecuados caserones por construcciones dignas y acordes. Algunas unidades escolares que he conocido aquí en el pueblo databan de los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera.

 

El gran cambio educativo tuvo su origen en el año 71. A partir de ese momento, los repetidos cambios y reformas no han cesado hasta la actualidad.

 

Dejando a un lado las connotaciones religiosas y políticas, que las había, y muy acusadas, he de confesar que no me fue nada mal. Aprendí, y mucho, con Don José Medina, a pesar de la fama, un tanto injusta, que le perseguía. Hombre de profundas convicciones religiosas, de fina e incomprendida ironía. Cabal, meticuloso, bonachón las más de las veces. Irascible otras, las menos. Las tareas en clase eran rutinarias, pero eficaces, para quien quería aprender. A diario trabajábamos las materias instrumentales. Aspectos tan básicos como la lectura, la escritura, el cálculo y la resolución de problemas eran tratados de forma metódica y continua. La Enciclopedia Álvarez era nuestro sostén. Yo superé los tres grados. Un par de días a la semana utilizábamos como libro de lectura el Quijote. Formábamos un semicírculo frente al maestro y nos íbamos turnando para leer en voz alta las aventuras del Ingenioso Hidalgo. Al menos, cuando terminamos nuestra etapa escolar con Don José, poseíamos un conocimiento de la obra de Cervantes superior al de muchos alumnos actuales al finalizar la educación primaria.

 

Semanalmente realizábamos dictados, redacciones y análisis morfológico. Conocíamos las partes de la gramática. Aunque de forma cantada y monótona, nos sabíamos los verbos haber, ser, amar, temer y partir. Aún no los he olvidado. No aprendí sintaxis, lo del sujeto y el predicado vino después. Lo qué si conocía perfectamente era el sustantivo, con todas sus clases, el adjetivo, con sus grados, los artículos, pronombres, verbos, adverbios, conjunciones e interjecciones.

 

Aparte de las cuatro reglas (suma, resta, multiplicación y división), hacíamos nuestros pinitos con la raíz cuadrada, e incluso, los más aventajados, con la raíz cúbica. El cálculo con decimales no tenía secretos para nosotros, ni el sistema métrico decimal. Lo de deca, hecto, kilo, deci, centi y mili no nos sonaba a chino. Reducíamos de complejo a incomplejo unidades de capacidad, longitud, masa, superficie y volumen. Los más avezados realizaban problemas de regla de tres simple y compuesta, tanto por ciento, interés simple y repartos proporcionales.

 

Durante muchos años he impartido matemáticas, tanto en Educación General Básica como en el primer ciclo de la ESO. Todos estos conceptos los aprendí en la escuela de Don José, muchas veces guiado y ayudado por alumnos mayores que yo.

 

Semanalmente nos situábamos frente al mapa, unas veces el de España, otras el de Europa, Asia o América. Localizábamos ríos, montañas, cordilleras, cabos, golfos, capitales, países,...

 

Nos impartía nociones de historia de España, historia sagrada y ciencias naturales. Sabíamos distinguir un mamífero de un ave, o de un reptil, entre otras cosas porque casi los veíamos a diario. Muy primitivo todo, muy elemental, pero sumamente útil y eficaz.

 

Los castigos físicos existían. El palmetazo en la mano o el varillazo en las nalgas era lo más habitual. Se aceptaba y toleraba como cosa normal. Hoy es impensable recurrir a tales métodos.

 

En aquella escuela se rezaba, y mucho, demasiado. Tanto al entrar como al salir. El mes de mayo era excesivo con sus flores a María. Al despedirnos en la tarde solíamos salir cantando cada día, el Viva Cristo Rey, que algunos, irónicamente, cambiaban por un viva el niño rey. Se cantaban canciones populares tradicionales españolas como el Asturias patria querida, los carboneros, el ya se van los pastores, la pobre viejecita, eres alta y delgada, ... También se cantaban a diario canciones de índole político, como el himno nacional, con la letra de José María Pemán, el Oriamendi o el Cara al Sol.

 

Si en mayo querías hacer rabona, lo tenías fácil. Te ibas con algunos compañeros, a la salida del recreo a buscar gayumbas y regresabas pocos minutos antes de la hora de la salida. El ramito de flores hacia que te fuese perdonado el desliz. Acababas yendo a la fuente de la plaza a por un jarro de agua para poner las flores ante el altarico de la Virgen.

 

Estos fueron los pros y los contras de mi educación primaria, fruto del momento histórico en que me tocó vivir. Algunos lo llaman nacional catolicismo.

 

Que una sola persona,con un grupo tan variopinto de alumnos, sin medios ni recursos, consiguiese que aprendieses lo más rudimentario ya es un éxito. Al margen de ideologías, eran personas de auténtica vocación. Hombres y mujeres entregados a un trabajo, con convicción y escaso sueldo. Todavía se escuchaba aquello tan manido de:”Tienes más hambre que un maestro de escuela”. Los que yo he conocido fueron personas muy dignas y grandes profesionales.

 

Gracias a ellos, maestros, en el mejor y más amplio sentido de la palabra. Gracias a su esfuerzo, a su trabajo, a su entrega y ejemplo muchos aprendimos a amar a la escuela. En ellos vi que educar y enseñar es, más que dar, darse, entregarse, sin esperar nada a cambio.

 

Yo también quise ser maestro, desde pequeño quería ser como ellos. Próximo ya a finalizar mi magisterio, después de más de treinta y cinco años de profesión, no los he olvidado. Ellos me marcaron el camino. Me queda una pequeña esperanza, una pequeña ilusión: que alguien me recuerde algún día, como yo los he recordado y los sigo recordando.

 

Mi reconocimiento y gratitud para ellos, por ser los primeros, y para los que vinieron después.

 

¡Gracias, Don Joaquín! ¡Gracias, Don José!

 

 

 

Alfacar, enero del 2016

 

 

 Juan Evangelista Molero Hita

 


Frases y pensamientos

 

  • Todo en la vida tiene una explicación…, hasta lo inexplicable.
  • No existe el olvido. El cambio de rumbo te hace encontrar otros caminos.
  • No todos los caminos conducen a Roma. Los hay que no te conducen a ninguna parte.
  • Luchar contra un imposible no es señal de cobardía, sino sentido común.
  • Es fácil ver gigantes donde sólo existen molinos de viento. La ilusión tiene más fuerza que a realidad.
  • La verdadera amistad nunca muere. Ni la distancia, ni el tiempo son capaces de desarraigar lo que ha echado raíces en el corazón.
  • Podré no verte, ni escucharte, pero sé que nos alumbra el mismo sol y de noche contemplamos la misma luna.
  • Estamos hechos de la misma materia que forma el universo. Contemplar el cosmos es contemplar la inmensidad del ser humano, porque estamos hechos del mismo barro.
  • La espera puede ser larga, pero… ¿Qué es en comparación con la eternidad? Ninguna espera es eterna.
  • Todo es efímero en esta vida, hasta los sueños.
  • Aprendí que un silencio vale más que mil palabras. Que una sola palabra puede ser más ofensiva que el más vil de los silencios.
  • Respetad mi silencio, de la misma forma que yo respeto vuestra palabrería vana, aunque no la comparta.
  • Rectificar es de valientes. Cambiar de estrategia no es cobardía.
  • Atender unas obligaciones supone desatender otras, sobre todo, si existe contraposición. Lo difícil es acertar con las más convenientes.
  • No siempre lo más conveniente es lo más adecuado, ni lo más ético.

 

 

 

 

 

30/11/2015

 

Juan Evangelista Molero Hita

 


Paisajes y recuerdos

Amanece. Los primeros fríos otoñales producen escalofríos. Cuesta trabajo desperezarse y dar los primeros pasos. Una ducha rápida, un frugal desayuno. Preparo el ligero equipaje. Lo imprescindible para pasar parte del día en la montaña, en plena naturaleza. Mochila, con un bocadillo, una botella de agua mineral, fruta y algunas nueces. Bastón, a veces tan necesario y útil, cámara fotográfica, prismáticos, navaja y, … poco más. El viaje es corto, apenas una veintena de kilómetros. Atrás quedan las últimas casas del pueblo. Lo último que vislumbro es la ermita del santo patrón y el cementerio, lugar donde reposan los restos de la mayor parte de mis seres más queridos y que visito alguna que otra vez, con devoción y recogimiento.

La autovía comienza a empinarse. Tras varios minutos de constante subida corono por fin el puerto. Tomo un desvío y aparco el coche a la sombra de un vetusto y enorme pino. No llevo un destino preconcebido. Me dejo llevar sin itinerario definido. Una pequeña vereda se adentra en el bosque y, poco a poco, se va desdibujando hasta desaparecer. Entre los pinos vislumbro los restos, las reliquias de lo que antaño fue un bosque mediterráneo. Alguna encina solitaria, chaparros, quejigos, robles, acebuches, espinos majoletos o majuelos, con sus pequeños y rojos frutos comestibles, de textura harinosa y cuyo sabor recuerda al de la manzana, Dichos frutos maduran a finales del verano y en pleno otoño aún pueden encontrarse, a pesar de que el arbusto ha perdido la mayoría de sus hojas simples, hendidas y con lóbulos. Las ramas más jóvenes poseen cortas y fuertes espinas, lo que te obliga a andar con cuidado.

El terreno es calcáreo, a veces pedregoso. Irregular, con poca humedad. La masa forestal no es uniforme. Allí donde el bosque es más denso, entre la hojarasca y las aciculadas hojas de los pinos asoma el sombrero de algún que otro hongo, como boletus, níscalos, lepistas, macro lepiotas y otros muchos que son desconocidos para mí. El otoño no ha sido muy lluvioso, por lo que ésta no es una buena temporada para la recolección de setas. En el sotobosque, aparte del majuelo, es frecuente encontrar donde abundan las jaras y el espliego, con su aroma característico. Tomo fotos. Aguzo el oído e intento discernir el canto de las diferentes especies de pájaros. Un toc-toc seco y pertinente indica la cercanía de un pájaro carpintero. Jóvenes piñas totalmente roídas son la señal inequívoca de la presencia de ardillas en los pinos. Algunas huellas recientes señalan el paso de alguna cabra e incluso del jabalí. La hojarasca removida por el hocico del animal buscando raíces y bellotas dice a las claras cuál es su régimen alimentario.

De forma casi inesperada, el bosque desaparece y ante mi vista se extiende un amplio y ondulado prado. Las hierbas resecas ya, dejan entrever algún agostado cardo. Excrementos de oveja, vaca y cabra ponen de manifiesto la actividad pastoril de la zona. El cielo, de un azul intenso, totalmente despejado, sin un atisbo de nubes que puedan empañar la jornada. El sonido de un cencerro avisa de la proximidad de la manada. Al fondo del prado, blanqueando, delante de otro pinar, resaltan los restos de una antigua edificación, lo que antaño fue un cortijo. La antigua vivienda hoy sirve de almacén de alpacas y pienso para el ganado. Las cuadras vacías esperan la llegada del ocaso del día, para verse pobladas de un bullicioso grupo de cabras y ovejas. Miles de insectos vuelan casi a ras del suelo. A cada paso, decenas de pequeños saltamontes inician un corto vuelo para alejarse. Más que volar, hacen honor a su nombre y se retiran como diminutos saltimbanquis impulsados por sus largas patas traseras y extendiendo sus alas en un torpe remedo de volada. Las hormigas, hacendosas y constantes, se afanan por almacenar granos y semillas de cara al próximo invierno.

De vez en cuando, algún champiñón silvestre invita a su recolección. Me limito a fotografiarlos.

Me adentro de nuevo en el bosque y elijo una roca solitaria como lugar de descanso. Calmo la sed y el hambre. Enciendo un cigarrillo y dejo que los recuerdos afloren a mi mente. Más de cincuenta años hace que subí por vez primera a la Sierra de la Alfaguara, Las catequistas nos llevaron de excursión a los niños y niñas del catecismo, bajo la atenta supervisión del cura párroco y de su coadjutor. Juegos, carreras, concursos, canciones… Al atardecer venía lo peor, lo más duro de la jornada: el regreso. A pesar del cansancio acumulado a lo largo de un día de plena actividad física, se imponía la vuelta a casa. Ahora con menos entusiasmo que en la mañana. A Casa llegué ya anochecido. Exhausto, rendido y dolorido por la caminata y los juegos.

Otro año, el paseo fue aún más largo y marchamos a pasar el día a los alrededores del antiguo sanatorio antituberculoso de la Alfaguara. En la actualidad se le conoce como el sanatorio de doña Berta y es una ruina, gracias a la negligencia y abandono de las autoridades que no supieron preservarlo. El vandalismo y la rapiña de algunos lugareños lo ha llevado a la situación en la que se encuentra en el día de hoy. En aquella ocasión el edificio de encontraba todavía intacto. No había enfermos ya, Los avances de la medicina y, sobre todo, el descubrimiento de los antibióticos hizo posible que la tuberculosis se curase de forma más eficaz, por lo que este tipo de centros fue cayendo en desuso. Su fundadora, doña Berta, falleció en mil novecientos treinta y cuatro. Tuve ocasión de conocer a su sucesora, doña Elena, en la dirección y cuidado del hospital. Era ésta una señora ya mayor, de origen alemán, con aspecto de vieja dama, apacible y amena. Elegante y de aspecto bien cuidado. Sólo recuerdo sus cabellos blancos y su porte digno y cansado. Permitió que un grupo de chavales y chavalas visitásemos el lugar, o parte de él. En aquella época nadie hablaba de apariciones, ni del fantasma de su predecesora, tan famoso en la actualidad, gracias a los estudiosos de temas paranormales.

Algunas anécdotas no se olvidan. Como buenos cristianos que pretendían que fuésemos, no podíamos faltar a la misa que allí mismo ofició el párroco don Eduardo Yáñez Marín. Como era normal en aquella época, en los momentos previos a la misa, se hicieron confesiones. A falta de confesionario, de silla o algo parecido, don Eduardo, el viejo cura, se sentó en el aparejo del burro de Pepico el Colorín, a la sombra de un pino daba la absolución a quien se acercaba a que sus pecados le fuesen perdonados. Los niños corríamos y jugábamos entre los pinos. Alguna que otra piña nos arrojamos unos a otros. Las niñas saltaban a la comba, cantando canciones que, por desgracia, han caído en el olvido. En aquella época, años sesenta del siglo XX la separación por sexo era estricta. En la escuela, en la iglesia y hasta en los juegos. “Los niños con los niños y las niñas con las niñas”, se solía decir.

El olor a pino y resina era intenso por todo el bosque. Aún existían los resineros, que se encargaban de recoger la resina que producían los pinos. A la hora del regreso tuve suerte. En el Prado de la Casilla se encontraba el camión de Pepe el de Ángeles. Algunos de los más pequeños fuimos aupados e hicimos el camino de vuelta subidos en el camión, lo que también constituyó una experiencia nueva. El regreso fue más descansado, pues nos apearon en la puerta del cine, que constituía el punto de reunión y de despedida.

Otro verano, con ocho o nueve años, contemplé atónito todo el Prado de la Casilla poblado de tiendas de campaña. Bueno, la verdad es que el enterado de turno dijo que así se llamaban. Dichas tiendas eran habitadas por unos jóvenes a los que llamaban flechas. El prado durante el verano era utilizado por la OJE para realizar el él diferentes turnos de acampadas. El ayuntamiento lo había cedido después de la Guerra Civil al Frente de Juventudes por un periodo de noventa años. En algunas personas del pueblo causaban admiración, sin embargo, en otras, se denotaba desdén y rechazo. La Organización Juvenil Española, antiguo Frente de Juventudes, era, por llamarlo de alguna manera, la rama juvenil de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, donde se adoctrinaba en los principios del Movimiento Nacional, aparte de otro tipo de actividades culturales y deportivas a los jóvenes que se inscribían en ella. Con un gran candor y deslumbrado por la uniformidad y estilo de vida de aquellos jóvenes, pedí a mi padre que me apuntase, que yo también quería ser flecha. Pocas veces en mi vida he recibido un no tan rotundo como el que recibí por parte de mi progenitor. No me dio explicaciones, ni yo volví a insistir. Sólo dijo que ya me enteraría de quienes eran y qué representaban. Y vaya si me enteré. Las niñas de la Sección Femenina de la Falange, no hacían turnos de campamento, como tales, Ellas realizaban sus actividades en el albergue de Víznar. Regido en la actualidad, al igual que el campamento de la Alfaguara, por la Junta de Andalucía.

A medida que fui creciendo me iba enterando de ciertas cosas que habían ocurrido hacía algunos años durante la Guerra Civil. Por aquellas fechas era un tema casi tabú, la gente hablaba con miedo de estos temas, y casi en susurro. Utilizando medias palabras y eufemismos, casi nadie se atrevía a expresar abiertamente sus convicciones políticas, salvo los fervientes seguidores del régimen, que los había. Por lo general la gente era discreta. A veces lograbas hilar alguna que otra conversación. Así, por ejemplo, me enteré de que allí arriba habían matado a García Lorca, que fulano o zutano había estado en la cárcel porque había sido rojo, que menganico había sido falangista, que muchos de mis tíos, e incluso mi propio padre, habían estado en la guerra. Alguna que otra vez, en casa, mi padre hablaba de ello, pero sin ningún entusiasmo y demostrando siempre su animadversión al régimen de Franco. A papá lo movilizaron con dieciocho años recién cumplidos. El mismo día de su cumpleaños llamaron a casa de mi abuelo para que al día siguiente se presentase en el Ayuntamiento. Imagino la cara que pondría mi abuela que ya tenía a tres hijos y a tres yernos en el frente. Pertenecía a la quinta del cuarenta y uno, que fue conocida como quinta del biberón. Esto ocurrió el veintisiete de diciembre de mil novecientos treinta y ocho. En la guerra propiamente dicha estuvo apenas cuatro meses, pero vivió con toda su intensidad la posguerra. Finalizada la contienda, la mayor parte de los soldados del bando nacional fueron licenciados, los del bando republicano, o estaban en el exilio, o poblaban las numerosas cárceles y campos habilitados para ellos. Permaneció en filas siete años, hasta el año cuarenta y cinco, en el que terminó la segunda guerra mundial. ¡Siete años de mili! En durísimas condiciones, movilizado y con muchas carencias y hambre. La época más difícil y dura de la posguerra. Al principio lo encuadraron en Falange, posteriormente pasó al ejército. Recorrió, ya al final de la contienda los frentes de Córdoba y La Mancha. Estuvo destinado en Badajoz, ignoro en qué regimiento o división. Allí le toco hacer guardias en la cárcel de esa ciudad, totalmente abarrotada, Fue testigo de las condiciones en que vivían aquellos hombres. En alguna ocasión me habló de las descargas que se escuchaban al amanecer. Posteriormente fue destinado a Granada, donde pasó el resto de la mili. Allí se originó su animadversión y repulsión al franquismo, que mantuvo hasta la muerte de Francisco Franco. Le habían robado siete años de su vida y fue testigo de hechos y acciones con los que no estaba de acuerdo. Fue un socialista convencido hasta su muerte.

Muchas familias del pueblo tenían costumbre de celebrar el dieciocho de julio, aniversario del comienzo de la guerra civil, yendo a pasar uno o varios días, en la Alfaguara, Mi padre nunca consintió en ir por aquella fecha. Sí, en cambio, el quince de agosto solía llevarnos a Fuente Grande. Una vez en que estábamos pasando el día en el pinar donde en la actualidad hay instalados diferentes aparatos gimnásticos y deportivos, señaló con el dedo hacia el lugar en que con posterioridad construyeron el parque García Lorca y me dijo:

- Niño. Eso que ves ahí en frente es un cementerio. Ahí hay enterrados muchos hombres.

Mi madre le reprochó el que me dijera eso. Siempre rehuía hablar de esos temas. Con el paso de los años se ha removido esa zona buscando los restos de Federico y sus compañeros de infortunio. No encontraron nada, pero me consta que cuando se empezó a construir el parque sí que se encontraron restos humanos. Hay quien afirma que los metieron en un saco y los llevaron al cementerio de Alfacar. Otros afirman que fueron depositados en un lugar concreto del parque. No se identificaron y el tema se llevó con cierto secretismo. Siempre defendió que a Federico no lo mataron ni lo enterraron en el lugar donde se ha supuesto que estaba durante muchos años. Ahora se buscan sus restos por otro lugar, no muy lejanos de donde, según él están en realidad. Se basaba en una información que le dio un señor de Víznar que trabajaba en la fábrica de pólvoras de El Fargue. Me dio el nombre, pero, lamentablemente no lo recuerdo. Le contó este señor que lo fusilaron, con tres más, un poco más arriba de donde actualmente está la fosa principal del Barranco de Víznar. Siguiendo el barranco hacia la derecha, junto a unas junqueras. Supuestamente, este hombre habría participado en su enterramiento. Después de ser licenciado, mi padre ingresó en Construcciones Militares, cuando estaban construyendo la parte nueva de la fábrica, Durante muchos años fue guarda nocturno de dichas obras. De ahí su amistad y relación con el señor que le dio esa información.

Terminado el pequeño descanso prosigo mi caminar. Poco a poco el ruido de motores y vehículos indica la proximidad de la autovía, así que inicio el regreso. Sin prisas, dejo aflorar de nuevo los recuerdos de mi infancia y adolescencia, Esta vez me sitúo en el verano del sesenta y nueve. Me tocó vivir muy de cerca las vicisitudes y experiencias del campamento de la Alfaguara.

Por problemas de salud, mi tío Gregorio, hermano mayor de mi padre, pasaba los veranos en la casilla que el ayuntamiento poseía en aquel lugar, justo donde en la actualidad se encuentra el restaurante. Junto al campamento montaba una cantina. Allí vendía un poco de todo: vino, cerveza, tabaco, refrescos, chucherías, sobres y sellos para las cartas,,, Su clientela la componían fundamentalmente, los componentes de los distintos turnos y otras personas del pueblo que iban a pasar allí el día o a trabajar. Yo estaba allí para ayudar a mis tíos. Por las noches dormía en una tienda de campaña que le habían cedido los del campamento. Para mí supuso una grata experiencia vivir aquellos dos meses en tales condiciones. En los ratos libres contemplaba las actividades que allí realizaban y hasta en alguna ocasión me invitaron a participar en ellas, como uno más de los allí acampados, De ahí proviene mi afición al camping, de la que tanto hemos disfrutado con posterioridad mi mujer y mis hijos.

El primer turno lo realizaron los estudiantes de magisterio. Era obligatorio que los futuros maestros realizasen estos campamentos, donde aparte de la formación política, ejecutaban ejercicios físicos, marchas, deportes, competiciones, manualidades... Todo en un ambiente paramilitar, con toques de corneta incluidos. Los siguientes turnos, hasta el final del verano los efectuaban los jóvenes de la OJE, con actividades parecidas. Se les adoctrinaba en los principios y valores de la Falange y del Movimiento Nacional. Al fin comprendí el porqué de la rotunda negativa que me dio mi padre años antes. Entendí algunas cosas que ignoraba a mis catorce años. Entablé cierta relación amistosa con un personaje muy singular que allí se encontraba, Se llamaba Mariano. Todos afirmaban que no estaba bien de la cabeza. Decía que era camisa vieja de Falange, y que pertenecía a la Guardia de Franco. En mil novecientos cuarenta y uno marchó voluntario a Rusia, a combatir en la División Azul. Allí fue hecho prisionero y pasó varios años cautivo en un campo de concentración. Las privaciones y sufrimientos padecidos allí hicieron mella en su personalidad. Lo trataban con simpatía, pero nadie lo tomaba demasiado en serio. A veces era el blanco de numerosas bromas por parte de unos y otros. Desempeñaba numerosas funciones, una especie de recadero, de ordenanza a quien a veces le encomendaban las tareas más desagradables, como el cuidado y limpieza de las letrinas. En plan confidencial me confesó en una ocasión que los jefes le tenían envidia, porque era más falangista que ellos. Cuando alguien le pedía que hablase en ruso, su respuesta era casi siempre la misma:

- “Tasca pa to quisqui”.

Lo volví a ver con su camisa azul y su mochila al hombro al cabo de unos meses en plena Gran Vía de Granada. Marchaba de prisa y, como siempre, con mirada ausente y semblante triste. Nunca he vuelto a tener noticias de él.

Los últimos días del verano los pasé trabajando de peón en la construcción. Pepico y Rafalillo, los hijos de Vicentico, nuestro vecino en la calle Molinos, necesitaban un peón y me avisaron para que trabajase con ellos mientras comenzaba el curso.

Por aquellas fechas me vino aprobada la solicitud de ingreso en las Universidades Laborales, en concreto en la de Córdoba. Aquello constituyó un auténtico dilema familiar. Había que elegir entre continuar mis estudios en las Escuelas Profesionales del Ave María, donde ya había cursado dos años, y disfrutaba de una beca que aquel curso ascendería a doce mil pesetas o marcharme a la Universidad Laboral de Córdoba. Allí la cuantía se estimaba en sesenta mil pesetas. Con ellas se costeaba el internado, los libros, la ropa de vestir, el material escolar, el deportivo y los viajes. Prácticamente todo. Luego resultó ser algo menos, pues en aquel curso que comenzaba dejaron de proporcionar la ropa de calle y los zapatos. Mi madre se asesoró con numerosas personas. Se enteró de que dicha universidad estaba regida por los padres dominicos y, ni corta ni perezosa se dirigió al convento de Santo Domingo del Realejo, para que le diesen información. Por suerte se encontraba allí de paso un padre dominico que era director de uno de los colegios de la laboral, el padre Santiago Hoces. Este la recibió y, como es lógico, le habló muy bien de la institución. La puso en contacto con una familia de Granada que tenía un hijo estudiando allí. Así que marchó hacia la Chana en busca de la familia de José Antonio Zurita.

Convencidos mis padres de que allí obtendría una mejor preparación y formación, autorizaron mi ida a Córdoba. El poco dinero ganado en la obra sirvió de ayuda para comprarme las cosas mas imprescindibles: ropa interior, toallas, calcetines, pijamas y útiles de aseo, entre ellos mi primera maquinilla de afeitar.

El día ocho de octubre de mil novecientos sesenta y nueve partí para la ciudad de Córdoba. A las seis y media de la mañana mis padre y yo nos encontrábamos en la estación de la Alsina Graells en el camino de Ronda. El autobús salía a las siete de la mañana. Tuve ocasión de conocer a otros muchachos que partían con el mismos destino que yo, entre ellos al citado José Antonio Zurita y a otros, que como José Carlos García Ríos, fueron compañeros de clase durante varios años.

Una vez en Córdoba, tras un viaje de cinco horas y media de duración, con innumerables paradas a lo largo del recorrido, nos dirigimos hacia la Plaza de Colón, junto al Palacio de la Diputación. Al igual que nosotros, varias decenas de muchachos, inquietos y nerviosos unos, sonrientes otros, esperamos a que nos recogiese el autobús que nos conduciría a La Universidad Laboral Onésimo Redondo. El trayecto apenas duró media hora. Siete kilómetros de recorrido por la antigua carretera general que conducía hasta Madrid. Pasada la fábrica de cervezas Cruzcampo, un pequeño desvío a la derecha, cruzamos un puente sobre la carretera general y desembocamos en lo que, a partir de entonces ,constituiría un punto de referencia para mí: los jardines con la fuente, el estanque y la estatua de San José Obrero, la moderna iglesia, con su alta torre coronada por una cruz y el Paraninfo. El autobús giró y paró justo por encima del teatro griego. Con paso torpe y casi arrastrando la pesada maleta quedé desconcertado, sin saber qué hacer ni a donde ir. Frente a nosotros se extendía otra explanada con un estanque en el centro. Seis edificios, tres a cada lado, idénticos en su estructura, con forma de cruz y tres o cuatro plantas de altura e infinidad de ventanas, señalaban cuáles iban a ser nuestros lugares de residencia. Allí vi al primer fraile dominico con su hábito blanco. Los veteranos, con paso decidido, se dirigieron a sus respectivos colegios. A los nuevos nos fueron preguntando qué íbamos a estudiar, y nos encaminaron a los nuestros. José Antonio Zurita, se convirtió en una especie de mentor y guía que constituyó una gran ayuda en medio de aquel pequeño caos de indefinición, despiste, ansiedad y nerviosismo. Gracias a él todo resultó más fácil. Sus orientaciones y consejos fueron de un valor estimable. Él era alumno del Colegio Gran Capitán. Estudiaba maestría industrial. Yo que iba a estudiar oficialía industrial, fui destinado al colegio Juan de Mena. Aquel día dio comienzo una nueva etapa de mi vida, la más importante y trascendental hasta el momento. Una etapa que tuvo una duración de cinco años, en la que adquirí una formación académica y profesional de primer orden. Allí aprendí lo que es la convivencia, el compañerismo, el estudio, el esfuerzo, el trabajo compartido y tantos y tantos valores que han marcado mi vida. Pero este es otro capítulo aún por escribir. Sin apenas darme cuenta, inmerso en mis pensamientos, regreso al lugar donde había dejado aparcado el coche. Es mediodía. Emprendo el viaje de regreso con una idea fija: dejar constancia escrita de mis experiencias, de mis vivencias y de mis recuerdos, ahora que aún permanecen frescos en mi memoria.

Alfacar, noviembre de 2015

Juan Evangelista Molero Hita


El bisabuelo matacuras

Sirva de recuerdo, admiración y homenaje a uno de mis antepasados por parte paterna. A simple vista, el título parece referirse a una persona sanguinaria, asesina, anticlerical y revolucionaria. Nada más lejos de la realidad. Quienes lo conocieron afirman que era un hombre afable, simpático, dicharachero y bonachón. Este abuelo materno de mi padre nació en Alfacar el día de la Epifanía del Señor del año mil ochocientos cincuenta y tres. Hijo de Sebastián y Encarnación. Ignoro cuántos hermanos tuvo, pero sé que mi abuela, su hija, tenía primos cuyos descendientes viven en el pueblo. Su educación y formación fue la propia de la época, poca escuela y mucho trabajo. Ignorante no debía de ser, pues su hija, mi abuela Frasquita, era una persona culta, educada, respetuosa, amable, con una profunda fe y sensible religiosidad. Desde muy joven se dedicó a las faenas del campo.  La agricultura fue su oficio. Una agricultura de subsistencia que daba lo justo para sobrevivir.

Le tocó vivir una época agitada y convulsa de la historia de España, Conoció el Reinado de Isabel II, la gloriosa Revolución de 1868, el breve reinado de Amadeo de Saboya, la Primera República Española, la Restauración Borbónica con los reinados de Alfonso XII  y Alfonso XIII, la Segunda República, la Guerra Civil y los primeros años del régimen franquista. Una vida longeva que casi alcanzó el siglo.

En septiembre de 1873, con veinte años  y ocho meses fue llamado a filas. No pudo librarse del cumplimiento del servicio militar e ingresa en la caja de quintos de Granada, desde donde sale destinado al arma de caballería. La tercera Guerra Carlista había comenzado en 1872. El pretendiente Carlos VII se levantó contra el gobierno de Amadeo de Saboya. Comenzó por una insurrección en Barcelona, que fue rápidamente sofocada, pero que prendió en otros puntos de Cataluña, el País Vasco, Navarra y con menor intensidad en diferentes lugares de España. Ingresó en el Establecimiento Central de caballería de Alcalá de Henares y en febrero de 1874 es encuadrado como soldado raso en el Regimiento de Caballería Calatrava número 3. Con posterioridad, tras la restauración borbónica de 1875, este regimiento pasó a llamarse Regimiento de Lanceros del Príncipe número 3. Dicho regimiento fue destinado al Frente del Este que comprendía a Cataluña y región del Maestrazgo. Participó en las acciones de guerra de Grao de Olot (Agosto de 1874), Coll de Salt y Solsona (Septiembre de 1874) y Esplugas del Brocolí (Noviembre de 1874). Todo 1875 lo pasa el soldado Joaquín Fernández Gómez en Cataluña, participando en diversas operaciones y acciones de guerra como la Batalla de Peña Plata y Altillos de Vera, libradas el 18 y 19 de febrero de 1875, donde desalojan al enemigo carlista y se establece la paz en la zona.

Por el Real Decreto de Gracias de 19 de marzo de 1876 se le concede un año de rebaja en el servicio militar para optar a la licencia absoluta. Vuelve a participar con su regimiento, ahora llamado de Lanceros del Príncipe número 3, en diversas operaciones en el Norte y en la provincia de Lérida, hasta el mes de junio en que es licenciado y marcha a su pueblo para disfrutar de licencia ilimitada. En dicho Real Decreto se le nombra Benemérito de la Patria  (Este término se venía usando desde la Guerra de la Independencia y se otorgaba a los integrantes de diversos regimientos. Era un título honorífico y no oficial. La cruz de benemérito consistía en cinco brazos esmaltados sobre un círculo con la leyenda "Benemérito de la Patria" en el adverso y en el reverso "Patria y Lealtad" con cinta azul y listas rojas -Real Decreto de 3 de julio de 1876-) También se le concede la medalla de Alfonso XII con derecho a usar en ella los pasadores de Seo de Urgel, Peña Plata y Vera por haber participado en las acciones que allí concurrieron. Dicha medalla fue creada por orden de 3 de septiembre de 1875 y recordaba las glorias y penalidades de la guerra civil. En los pasadores adjuntos a dicha condecoración se inscribían los nombres de los hechos en que habían participado sus poseedores. Para tener derecho al uso de dicha medalla era preciso llevar un año de operaciones o de guarnición en plazas fuertes enclavadas en territorio de guerra, al frente del enemigo o seis meses en idénticas condiciones y y haber asistido a tres operaciones de guerra. Las medallas para la clase de tropa son de plata y de metal blanco. Tenían forma circular de treinta y cinco milímetros de diámetro con un botón en la parte superior por donde pasa un anillo que la sujeta a la cinta. En el adverso figura el busto del rey Alfonso XII y alrededor la siguiente inscripción: ALFONSO XII A LOS EJERCITOS EN OPERACIONES. En el reverso lleva una orla circular de laurel, abierta por la parte superior para dejar sitio a la corona real, y en el centro de la orla en tres líneas horizontales se lee: VALOR, DISCIPLINA, LEALTAD. La cinta es amarilla, de igual ancho que la medalla, con dos listas rojas verticales. Los pasadores del mismo metal que la medalla, de tres milímetros de anchura, se colocan horizontalmente sobre la cinta y en ellos figuran los hechos de armas en los que había participado.

El 31 de mayo de 1877 causa baja en el Regimiento de Lanceros del Príncipe número 3 y pasa a la reserva en Granada. Su vida militar fue anónima, sufrida y sacrificada, como la de tantos otros cuyos nombres no figuran en los anales militares. Sirvió bajo dos regímenes distintos, Primera República y reinado de Alfgonso XII, Y durante este tiempo ocurrieron hechos significativos como el asalto al Congreso de los Diputados por la guardia civil al mando del general Pavía y el pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos en Sagunto, donde se dio fin a la Primera República y al advenimiento de la dinastía borbónica en la persona del Rey Alfonso XII, que contaba con diecisiete años de edad. Es difícil saber el grado y tipo de información que poseía un soldado raso en aquella época y menos aún el grado de simpatía o antipatía hacia un régimen u otro.

Una vez licenciado en Barcelona, el bisabuelo Joaquín inició su regreso a casa. No lo hizo en tren, ni en barco... Con sus escasas pertenencias a cuestas comenzó a caminar... Aproximadamente mes y medio tardó en regresar a su tierra natal. Pernortaría en el campo, en alguna posada, en alguna era o bajo cualquier árbol del camino. El caso es que llegó sano y feliz, Sin ningún tipo de recibimiento apoteósico ni heroico.

Reanudó su trabajo en el campo, se casó con con Josefica, su novia y tuvieron mas de once hijos de los que solamente sobrevivieron dos, mi abuela Frasquita (a la que todos llamamos Mama Tita) y una hermana llamada también Josefica. Fue precisamente mi abuela la que me contó el por qué del apelativo Matacuras. Tiene que ver con uno de esos avatares donde en un instante has de decidir entre morir o salvar tu vida a costa de la de otro. Legalmente se llama legítima defensa.  El caso es que el bisabuelo Joaquín, en una de las campañas en las que participó en la Guerra Carlista en Cataluña, le encomendaron una misión de correo. Marchaba en su caballo cuando en un recodo del camino le salió al encuentro un soldado carlista, quien apuntándole con su fusil le dijo: ¡Date por muerto, ialfonsino! En el momento fatídico el fusil se encasquilló y no se produjo el disparo, momento que aprovechó papa Joaquín para defenderse y acabar con la vida de su oponente. Posteriormente se descubrió que el asaltante era un cura. Sería uno de aquellos curas llamados trabucaires, que se alistaban en las partidas carlistas. Uno quería matar en nombre de Dios, la patria y los fueros. El otro, simple campesino andaluz, que estaba allí sin saber el cómo ni el por qué, simplemente defendió su vida. Con veinte y pocos años se tienen pocas ganas de entregarla así como así.

Cuentan las crónicas familiares que en la etapa final de su vida, con noventa y cinco años, todavía guardaba en verano las higueras y las viñas que la familia poseía en la Cañada de Cubillos. Se pasaba un mes viviendo en una choza, Uno de sus nietos, el tito Valeriano, subía a diario para llevarle comida y hacerle compañía. También lo visitaba una vez a la semana el barbero Frasquito el Raserilla para afeitarlo y pelarlo. Como pago a sus servicios el barbero recibía un cestillo de higos.  

Los higos se ponían a secar al sol para obtener los higos pasados, de gran dulzor y agradable sabor, Con éstos, mezclados con nueces y otros aderezos, se condimentaba pan de higo, que constituía un aporte de calorías sumamente importante en la escasa dieta de la época. El abuelo era generoso y permitía a algún que otro viandante acercase a las higueras y comer de sus frutos. Antes, en su época de madurez, hasta su jubilación, trabajó como guarda en la fábrica de pólvoras del Fargue.

Sobre su cabeza siempre llevaba sombrero, cosa muy normal en la época, caminaba con un bastón e iba acompañado de un perrito llamado Caqui. A veces pienso que este espíritu casi bohemio y aventurero, a la vez que apacible y bonachón, con esa pizca de gracia, ingenio e ironía que caracteriza a algunos miembros de la familia se lo debemos a él. Murió cinco años antes de que yo naciese, concretamente, el mismo año en que nació mi hermana Pepita, por lo que vivió noventa y siete años.  Numerosas personas que lo conocieron me han comentado era un vejete gracioso, simpático y querido por todos. Algunos de mis primos, los de más edad, aún lo recuerdan. Me han contado un sin fin de anécdotas sobre su persona y de su talante divertido. En las fiestas gustaba montarse en el columpio. Supongo que sería una noria, como las que yo conocí en mi infancia. Cuando estaba en lo más alto solía gritar a quienes pasaban por allí cerca. Solía sentarse a tomar el sol en los pretiles de la Plaza de la Iglesia, con su sombrero, su bastón y el perro entre sus piernas. El día de su muerte, y mientras estuvo de cuerpo presente, el perro no se separó ni un momento del ataúd.

En cierta ocasión, mi padre me entregó un cilindro hueco con tapa, hecho con cinc y soldado con estaño. Al abrir la tapa aparecieron enrollados varios documentos antiguos. Entre ellos uno de 1877. Era la licencia del soldado Joaquín Fernández Gómez. En él aparece todo su historial militar, acciones en las que participó, mención al nombramiento de Benemérito de la Patria y alusión a la medalla de Alfonso XII. Para nada menciona el hecho que dio lugar al sobrenombre con el que se le conoció con posterioridad en el pueblo.

 

 

 


La sombra del maestro

La imagen clara, nítida y tranquilizadora de mi antiguo profesor de física me acompañaba de forma pertinaz. Ni un gesto, ni una palabra. Sólo aquella silueta grave, bonachona, con ojos tristes y sonrisa desdibujada vigilaba mis pasos inseguros, inquietos y vacilantes. La vereda era estrecha, sinuosa y pedregosa. La Luna en fase de cuarto creciente constituía la única iluminación de aquel tenebroso camino. A la derecha, el bosque sombrío. A la izquierda, el abismo. Delante, como un capitán al frente de su tropa, la figura de Don Roque Gil de Matallana. Atrás, nada, el silencio. Un pertinaz y continuo silencio, como el que precede a las grandes decisiones.

Incapaz de articular palabra, como hipnotizado y presa del sopor seguía los pasos de Don Roque, al que los niños llamábamos el "apenao". Un sudor frío recorría mi rostro. Mi mente se mostraba incapaz de razonar. De forma vaga e imprecisa comencé a recordar detalles de la vida de Don Roque,... Llegó al pueblo sin más compañía que la de un famélico perro y un gran cajón lleno de libros. Al no haber posada ni hospedería, alquiló una habitación en el viejo y destartalado molino, junto al riachuelo. Entre los mayores del pueblo se comentaba que el viejo profesor era viudo. Su mujer había muerto en la guerra, allá en el norte del país. Decían que era uuna bella, hermosa y fervorosa mujer. Su única hija, compañera de un anarquista, tuvo que exiliarse al finalizar la contienda. No volvió a saber de ella. Presa del dolor y la desesperación por la terrible y penosa desaparición de su mujer, Don Roque abandonó su puesto y desertó. Era teniente de milicias y había tenido ocasión de vérselas con moros, legionarios y requetés. Pasó los últimos días de la guerra sobreviviendo en el monte, donde una tarde aciaga fue detenido por la guardia civil. Sometido a uno de aquellos duros juicios de la posguerra, fue condenado a treinta años de prisión, de los que solamente llegó a cumplir doce.

Mayores y pequeños ignorábamos quien había guiado sus pasos hasta el pueblo. El caso es que se instaló y poco a poco fue abriéndose un hueco en aquella pequeña sociedad rural y provinciana. Trabajó de peón en la construcción, en la siega, en la recogida de la aceituna y como cagarrache en el molino de aceite. No sé de donde sacaba el tiempo, pero Don Roque leía y leía, muchas veces bajo la tenue luz de un candil. En la taberna del pueblo le guardaban los periódicos atrasados. Todo escrito que llegaba a sus manos era leído y releído con fervor, avidez y deleite.

Una tarde comentó en el estanco que había sido universitario. Licenciado en ciencias físicas por la universidad de Madrid. Los avatares de la guerra y su ideología le indujeron a alistarse en el Quinto Regimiento. Peleó en todos los frentes, pero no logró ascender en el escalafón. Para evitar conflictos envió a su esposa al Norte, con su familia en un pueblo vasco llamado Guernica. Un día de primavera, la aviación fascista arrasó parte del pueblo con sus bombas. Entre las víctimas figuraba Encarna, su mujer.

Tuvo la suerte de no ser fusilado por ninguno de los dos bandos. En uno lo habrían hecho por desertor, en el otro se libró del paredón gracias al aval que presentó el padre Graciano, capellán del tercio Montejurra, amigo de la familia de su esposa.

La Luna se ocultó entre unas nubes. La ansiedad iba en aumento cuando, con una señal, la figura de Don Roque hizo un ademán para que me detuviese. Yo seguía con mis cavilaciones y recuerdos. Mis padres, que tenían gran empeño a que me presentase al examen de ingreso en el instituto, acordaron que Don Roque me diese clases particulares por las tardes, al salir de la escuela. Con él tuve ocasión de adentrarme en el mundo de los números, de los principios más elementales de física, de los animales y plantas y, sobre todo de la lengua y literatura. En aquellas oscuras y lánguidas tardes de invierno me imaginaba galopando, lanza en ristre, en pos de los molinos de viento, seguido por un asustado y perplejo Sancho Panza. Al burro que poseía mi abuelo le puse el nombre de Platero, en honor del que describía el poeta Juan Ramón Jiménez. Con apenas doce años ya había leído algún que otro episodio de Galdós. Disfruté leyendo poemas de San Juan de la Cruz, de un fraile llamado Luis, al que tuvieron encerrado cinco años en una cárcel de la Inquisición. Sin duda alguna, el autor que más me impresionó, por su obra y por su trágico final fue Federico García Lorca. Nunca llegué a entender lo que querían decir los mayores, cuando apenas susurrando y con miedo decían que estaba allí arriba, que lo habían quitado de en medio los nacionales, como a tantos otros, y lo habían enterrado al borde del camino. "Allí tiene que estar", decían. Tuvieron que pasar varios años para que me enterase de toda la tragedia que inundó a España en mil novecientos treinta y seis.

Gracias al buen hacer de Don Roque, de sus enseñanzas y de sus sabios consejos logré aprobar el examen de ingreso. con matrícula de honor. El viejo profesor saltaba de alegría. Creo que fue el mejor pago que pude darle por sus desvelos. Me marché del pueblo a estudiar y no volvía saber de Don Roque hasta muchos años más tarde. Me contaron que tuvo una vida apacible hasta que un día desapareció. Lo encontraron despeñado al cabo de una semana, con el cráneo partido, posiblemente asesinado.

La Luna vuelve a salir de entre las nubes. El camino se empina y encresta. De pronto, aquella figura fantasmagórica de Don Roque Gil de Matallana se detiene bruscamente, hace un ademán y, por primera vez, me mira a los ojos. El terror paraliza mis músculos. Con voz grave, de ultratumba, y el rostro translúcido, fantasmal, de facciones desdibujadas me dice:

- ¡Niño, aquí fue!. ¡Aquí puse fin a mi vida! No podía soportar la soledad y me arrojé al precipicio. Desde entonces mi alma vaga por este bosque. Nunca me he dejado ver, pero siempre he permanecido vigilante. Esta tarde te ví pasar por el mismo sendero que yo seguí hace años, He seguido tus pasos. Te he guiado sólo por una razón. ¡Sálvate! ¡Niño, no sigas! Vuelve por donde has venido. Yo vigilo. Aleja de tí esos pensamientos suicidas.

- No maestro. No he venido a eso. He sabido de tu soledad, de tus penas. He caminado por esta vereda para recordarte. Tus lecciones me hicieron mucho bien y únicamente deseo que en la muerte encuentres el sosiego que no pudiste disfrutar en la vida. Descansa en paz, maestro. Tu sabiduría ha guiado mi existencia. ¡Gracias, maestro! Te debo mucho y quiero que lo sepas.

- ¡Gracias, niño! Esas fueron sus últimas palabras y Don Roque Gil de Matallana desapareció.

Perplejo cerré los ojos. Al abrirlos de nuevo contemplé los primeros rayos del amanecer. Un claro amanecer.