Saboreo despacio el dulce néctar
que la flor de la vida
me brinda cada día
en mi perezoso despertar.
No desoigo el canto,
ni las risas, ni las lágrimas
que el diáfano amanecer
anuncia tras una noche de ensueño.
Ahora que el dolor
es un tenaz compañero
no desespero en el empeño
de hacer cada día el mejor
pese a temores, desánimos,
fatigas y contratiempos.
No añoro la lejana juventud
ni el vigor perdido
tras años de trabajo,
lucha y total entrega.
Cada nuevo alborear
es un regalo, una dicha,
que el destino me brinda
para vivir de forma intensa.
No es hora ya de arreglar entuertos.
Acaso rectificar sea posible
el rumbo fijo mantenido en años
de sudor, esperanzas y desencuentros.
Nada puede cambiar ya
los yerros y aciertos del pasado.
Unos y otros, a su manera,
han forjado el hoy, más
no condicionarán el mañana.
Apacible senectud.
Porvenir de bonanza
y dicha sosegada
sin expectativas vanas.
Sutiles y efímeras aspiraciones
que no han de turbar
ni el inevitable deterioro
ni el más cruel desengaño.
Vivir. Vivir intensamente.
Sin prisas y sin agobios.
Paladear, sorbo a sorbo,
cada minuto, cada instante
que la vida me regala.
Lo hecho, hecho está.
Lo que queda por hacer,
hacerlo quiere con calma.
Juan Evangelista Molero Hita
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Socorro Hita (viernes, 09 marzo 2018 19:17)
Precioso poema. Has expresado a la perfección mi sentimiento al entrar en la madurez de la vida e imagino que el de la mayoría de las personas.
Me congratulo por tenerte entre los miembros de mi familia.